

El pasado sábado 20 de octubre tuvo lugar la beatificación en la catedral de Málaga del tan querido padre Tiburcio Arnáiz fundador de la Asociación de Misioneras de las Doctrinas Rurales
Tiburcio Arnáiz, sacerdote y jesuita nació en Valladolid en 1865 y falleció en Málaga en 1926. 61 años de intenso amor a Dios y de una grandísima y heroica entrega para dar a conocer su Amor allá donde pasase.
Con cinco años quedó huérfano de padre y su madre hubo de sacarles adelante a su hermana y a él. Entró en el seminario muy joven y se ordenó sacerdote en 1890. Estuvo unos años ejerciendo de párroco cerca de Valladolid y en la provincia de Ávila, y también se doctoró en Teología en Toledo.
Más adelante pidió gozoso la admisión en la Compañía de Jesús, vocación que configuró profundamente su vida espiritual Comenzó a impartir Ejercicios Espirituales y a predicar misiones, dejando enseguida fama de santidad en el pueblo sencillo.
Tras esta época, fue destinado a Málaga en 1912, donde realizó durante catorce años su trabajo sacerdotal.
Su gran amor era el Corazón de Jesús: era el centro de su vida espiritual y apostólica. La Providencia quiso que fuera nombrado director del Apostolado de la Oración en Málaga.
De hecho, una de sus actividades apostólicas más reconocidas, tenida por hazaña, fue la recuperación de la procesión del Sagrado Corazón. Entre los años 1901 y 1915 no se había celebrado la procesión por el ambiente adverso a lo religioso que se vivía en algunos sectores de la población malagueña. A pesar de que se lo desaconsejaron con insistencia, él estaba decidido a devolver la honra y el amor de las calles de Málaga al Corazón de Jesús. Y así lo hizo con una asistencia multitudinaria de fieles.
Inició dos obras apostólicas muy necesarias; los “corralones” y las “doctrinas rurales”. Los famosos “corralones” eran casas de vecinos donde cada familia únicamente disponía, para su intimidad, de una habitación o dos, alrededor de un gran patio. El Padre alquilaba, o pedía, una de estas estancias y mandaba a algunas de sus dirigidas para tener allí una escuela improvisada. Enseñaban a leer y escribir a aquellas gentes nociones de cultura general, y lo más elemental de nuestra fe: que hay Dios y que nos ama hasta el extremo de dar la vida por nosotros, que tenemos alma, la vida eterna… El Padre se presentaba al cabo de un mes o dos y les predicaba a todos como una Misión; se los ganaba pronto y se hacía sentir la influencia de su santidad, por lo que casi todos se ponían en gracia. Después, solía dejar a alguna mujer piadosa al frente de esta singular escuelita llamada “miga”, para que siguiese enseñando a los niños y sostuviese el fruto logrado. Durante su vida se trabajó así en unos veinte corralones, y el cambio obrado en ellos redundó en beneficio de la vida social de Málaga.
Más adelante realizó la misma labor pero yendo a las aldeas y lugares recónditos a los que nadie iba. Esta misma forma de evangelización, desarrollada por señoritas que se instalaran temporalmente en los pueblos y cortijadas, fue la Obra más propiamente original del P. Arnáiz y que continúa hasta nuestros días; La obra de las doctrinas rurales.
El santo Obispo de Málaga, D. Manuel González, que lo conocía bien, y presidió la oración fúnebre, definió con gran acierto su personalidad, diciendo del P. Arnáiz que era “un persuadido, un enamorado, un loco de Jesús”.
Para conocer más la vida de este santo español tan querido por lo malagueños le proponemos la reciente publicación;