

El 1 de abril de 1922 moría en el exilio y en extrema pobreza el emperador Carlos con apenas 35 años en la isla de Madeira (Portugal) donde reposan sus restos. El último emperador de Europa murió perdonando a sus enemigos y sus últimas frases fueron: “ofrezco mi vida en sacrificio por mi pueblo”.
En efecto la vida de Carlos fue una ofrenda de lealtad a los compromisos con los pueblos de su doble monarquía, Austria y Hungría, y a sus principios cristianos por los que sería beatificado por Juan Pablo II en 2004 y pudo afirmar de él:
“Desde el principio, el emperador Carlos concibió su cargo de soberano como un servicio santo a su pueblo. Su principal aspiración fue seguir la vocación del cristiano a la santidad también en su actividad política”.
La ejemplar vida del emperador Carlos bien merecía un libro. Y éste fue escrito por Dugast Roullé en 1956 en colaboración con el historiador húngaro, P. François Koehler, antiguo capellán del emperador Carlos y del que obtuvo numerosos testimonios de primera mano. Podemos decir que Roullé, prestigioso médico e historiador, conocía bien a la familia Habsburgo, a su esposa Zita con la que mantuvo numerosas entrevistas y a sus hijos. Durante la primera guerra mundial Roullé llevó cartas del emperador al Presidente francés y viceversa, episodio que queda testimoniado en el libro, pues la lucha del emperador por encontrar una paz separada entre Grecia, Inglaterra y el Imperio Austro-Húngaro fue incansable.
Cuando ediciones Palabra quiso reeditar el libro en 2003 tuvo el honor de ser prologado por el archiduque Rodolfo de Austria, uno de los ocho hijos del Emperador, quien describe a su padre “como un hombre profundamente piadoso, un marido fiel, un excelente padre de siete hijos y del que mi madre estaba esperando, un experto oficial del ejército, un trabajador consumado, fuerte, prudente que amaba a su país, que hizo todo lo posible por procurar la paz…”
El centenario de la muerte del emperador Carlos (1922-2022) es una buena ocasión para imbuirnos en la apasionante historia de Europa en los albores de la primera guerra mundial, en lo que representaba ser emperador y en la vida de un rey santo en servicio a Dios y a su pueblo. En estos momentos de corrupción y decadencia moral, en la que Europa ha perdido su identidad cristiana, en la que la familia es atacada y la religión cristiana combatida, la figura de Carlos, padre, esposo, amante de la paz y de su pueblo es más necesaria que nunca el volver a ser recordada.