

Antonio R. Rubio nos hace una valiosa reflexión desde Alfa y Omega sobre una anécdota en la vida de Christopher Dawson (1889-1970), considerado por algunos como el más grande historiador católico en lengua inglesa del siglo XX, amigo de Chesterton y converso como él.
Con 19 años, Christopher Dawson, estudiante de Historia en Oxford, se encontraba en la Ciudad Eterna con su amigo Edward Watkin, convertido pocos años antes al catolicismo. Como otros visitantes, Dawson había acudido a la plaza del Capitolio para contemplar una impresionante vista de Roma. Desde esa panorámica se divisan dos mundos distintos, y en apariencia opuestos: las ruinas del Foro y la basílica de San Pedro junto a otras impresionantes iglesias barrocas. En la colina del Capitolio estuvo un grandioso templo dedicado a Júpiter. Sobre sus ruinas se alza ahora la iglesia del Ara Coeli, en cuyo interior se combina el pasado medieval, renacentista y barroco.
Todo eso lo había percibido otro antiguo estudiante de Oxford, el historiador Edward Gibbon, que en 1764 había subido a la colina del Capitolio. Al atardecer le invadió una profunda melancolía, al escuchar los cantos de vísperas de unos monjes en la iglesia del Ara Coeli. ¿Dónde había quedado la grandeza de Roma? En aquel instante Gibbon sintió la necesidad de escribir una obra monumental sobre la caída y decadencia del Imperio romano, pues si había que señalar a un responsable de lo sucedido, no podría ser otro que el Dios cristiano. Para llegar a esa conclusión, Gibbon no se tomó la molestia de leer a San Agustín, un romano en todos los sentidos.
Christopher Dawson en aquel lugar también hizo su “promesa” de escribir una historia de la cultura. Pero, Dawson sí había empezado a interesarse por La ciudad de Dios y otros escritos de los padres de la Iglesia. Por tanto, su percepción de Roma desde el Capitolio tenía que ser forzosamente distinta.
Para Dawson, la religión es la “clave de bóveda de la cultura” (p. 169), su piedra angular. Cualquier estudio de la historia de las civilizaciones que prescinda de ella o empequeñezca su protagonismo no estará haciendo justicia a la realidad. El impulso religioso es el que proporciona la fuerza cohesiva que unifica una sociedad y una cultura. «Una sociedad que ha perdido su religión, tarde o temprano perderá su cultura».
Dawson entendía que la fuerza espiritual del cristianismo como religión histórica era elemento vital de la unidad europea, la fuente principal de toda actividad social. Esta es la idea que está detrás de su monumental obra escrita, de la que Rialp y Encuentro ha reeditado varios de sus libros.