Joseph de Maistre es, sin duda alguna, uno de los pensadores contrarrevolucionarios más importantes surgidos ante el shock que produjo la Revolución francesa. Ahora aparece este librito, Análisis de un escrito de J.-J. Rousseau sobre la desigualdad de condiciones entre los hombres, en el que De Maistre restrea hasta lo que consideraba los orígenes de la Revolución francesa: la influyente obra de Rousseu.
Su punto de partida es claro: “todo nos remite al autor de todas las cosas. […] todo procede de Él, con excepción del mal”. Así pues, De Maistre concibe el curso de la historia como guiado por la mano de la Providencia, con la que los hombres pueden colaborar o a la que pueden oponerse… en última instancia en vano.
Para De Maistre, en neta contraposición a lo sostenido por Rousseau, la noción de «pecado original» es clave para entender al hombre y la historia. Con el pecado original el hombre ha intentado alejarse de su propio Principio, deseando ser como Dios, creyéndose capaz de ser creador. El mal penetró así en el mundo y desfiguró la imagen de Dios en el hombre, precipitándolo desde la cumbre de la civilización al abismo de la ignorancia y la culpa.
Frente al estado de la naturaleza caída, Jesucristo nos devuelve, gracias a su sacrificio, las verdades de la tradición adámica que la humanidad pagana había corrompido pero, de algún modo, habría también conservado.
Así llegamos a la teoría del buen salvaje de Rousseau, negadora del pecado original al defender que son la sociedad y la civilización las que corrompen al hombre, que De Maistre contemplará con espanto y a la que combatirá con denuedo en numerosos y certeros escritos. Frente a la delirante teoría roussoniana, De Maistre empieza recordando cómo todo el mundo reconoce el mal que anida en el hombre: “Sobre esta corrupción de la naturaleza humana todos los observadores están de acuerdo, y Ovidio habla igual que San Pablo: Reconozco el bien, lo quiero, pero es el mal el que me seduce. ¡Dios mío! ¡Qué guerra tan cruel! Siento que hay dos hombres en mí. También Jenofonte exclamó por boca de un personaje de la Ciropedia: “¡Ah! Ahora me conozco, y son mis sentidos los que atestiguan que poseo dos almas distintas, una que me conduce al bien y otra que me arrastra al mal. Epicteto amonestó al hombre que se propone avanzar hacia la perfección a desconfiar de sí mismo como de un enemigo y un traidor. Y el más excelente moralista que jamás haya escrito [el autor de la Imitación de Cristo] no se equivocaba al decir que el fin último de todos nuestros esfuerzos debe ser hacernos más fuertes que nosotros mismos. Sobre este punto Rousseau no puede realmente contradecir la conciencia universal. Los hombres son malos una triste y continua experiencia nos dispensa de toda prueba”.
La visión de De Maistre es pues antitética a la de Rousseau, contemplando en la sociedad y la civilización precisamente aquello que impide la autodestrucción del hombre: “Puesto que el hombre está formado por un principio que recomienda el bien y otro que hace el mal, ¿cómo puede tal ser vivir con sus semejantes? Hobbes tiene toda la razón, siempre que no se le dé a sus principios una extensión demasiado amplia: la sociedad es realmente un estado de guerra y aquí encontramos, por tanto, la necesidad del gobierno, porque en la medida en que el hombre es malo tiene que ser gobernado; es necesario, cuando muchos quieren lo mismo, que un poder superior a todos lo adjudique y les impida luchar entre ellos”.
Quienes lean este libro saldrán iluminados sobre esta lucha de titanes entre Rousseau y De Maistre.