Desde Libros de Cibola nos ponen en contexto y nos dan magníficas razones para leer Razón, islam y cristianismo, de Benedicto XVI:
El día doce de septiembre del año 2006 el papa Benedicto XVI pronunció en el Aula magna la Universidad de Ratisbona (en la que fue profesor durante ocho años, desde 1969) la conferencia titulada Fe, razón y la universidad. Recuerdos y reflexiones. Fue éste uno de los discursos papales más célebres y de mayor impacto en la historia de la Iglesia católica. Mucha gente ha oído hablar de él pero no sabrían explicar qué dijo exactamente el pontífice. Este libro que comentamos ahora, Razón, islam y cristianismo, trata de esa importante alocución, así como de otro texto relacionado con el anterior, el discurso preparado para ser leído en la Universidad La Sapienza de Roma en 2008 y que no llegó a ser pronunciado ya que finalmente se suspendió la visita. Pablo Blanco Sarto, sacerdote y profesor de Teología Dogmática en la Universidad de Navarra, ha sido el encargado de la edición y de escribir los amplios comentarios a estos textos que han sido recuperados con buen criterio por la editorial Rialp.
Como se sabe, Joseph Ratzinger ha tratado recurrentemente, tanto en su faceta de teólogo como en su labor pastoral, el tema, para él fundamental, de la relación entre razón y fe, entre religión y ciencia positiva. Se trata, ni más ni menos, de pensar si la fe religiosa tiene algún sentido en el mundo de hoy («¿qué significa creer?, ¿puede todavía existir algo así en el mundo moderno?»). Pues bien, en el Viaje Apostólico a su Baviera natal (9-14 de septiembre de 2006), Benedicto XVI programó una serie de alocuciones (homilías y discursos) cuyos temas encadenados eran la fe, la razón y el amor. Estos textos son resumidos y comentados por Pablo Blanco Sarto de manera rigurosa y sobresaliente. (Todos están disponibles en su integridad en la página del Vaticano).
El Discurso en la universidad de Ratisbona, que era un discurso académico destinado especialmente a los intelectuales germanos saltó inmediatamente a los medios internacionales cuando se difundió —fuera de contexto, naturalmente— un pequeño fragmento que reproducía el diálogo que el emperador bizantino Manuel II Paleólogo mantuvo alrededor de 1391 en Ankara con un persa erudito sobre el cristianismo y el islam, y sobre la verdad de ambos. La cita textual es la siguiente: «Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición de difundir por medio de la espada la fe que predicaba». Algunas agencias de noticias del mundo musulmán arremetieron contra el papa acusándolo de asumir el discurso de Manuel II y de desconocimiento de cierta teología islámica. Se produjeron disturbios y violencia en algunos países —lo que parecería dar la razón al emperador— pero sin llegar a extremos trágicos. (De hecho, algunas organizaciones, como comunidad musulmana de Alemania, ponderaron el discurso). Paradójicamente, esta polémica estimuló la mejora de relaciones entre la comunidad islámica y el Vaticano, hasta entonces prácticamente inexistentes, y también promovió el debate entre modernidad y religión entre los propios cristianos.
En el mundo occidental gran número de intelectuales recogieron el guante lanzado por Ratzinger y contribuyendo al debate con importantes trabajos y artículos. Entre ellos cita Pablo Blanco, en Alemania, los de Gerhard Müller (obispo de Ratisbona), Wolfgang Huber (presidente de la Confederación luterana de Iglesias de Alemania), Wolfhart Pannenberg (teólogo luterano), los cardenales Walter Kasper y Camillo Ruini y los filósofos Jürgen Habermas, Robert Spaemann y Kurt Flasch. Fuera de Alemania también se produjeron reacciones: André Glucksmann, Tzvetan Todorov, Rémi Brague, Joseph Weiler, el arabista Wael Farouk, Javier Prades, Gustavo Bueno y Rafael Navarro-Valls, entre otros, reflexionaron sobre el contenido y el alcance de la conferencia del pontífice. En esencia, el núcleo del discurso es el dilema en la comprensión de Dios, la pregunta de si actuar contra la razón está en contradicción con la naturaleza de Dios, y si esto es sólo un pensamiento de origen griego o es de valor universal. Benedicto XVI considera que «el encuentro entre el mensaje bíblico y el pensamiento griego no era una simple casualidad» y señala que el continuo proceso de deshelenizacion que ha sufrido el pensamiento cristiano —Reforma protestante, teología liberal de los siglos XIX-XX y teología actual— ha provocado una fractura entre la razón moderna («En el mundo occidental está muy difundida la opinión según la cual sólo la razón positivista y las formas de la filosofía derivadas de ella son universales») y todo el caudal de conocimiento que las tradiciones religiosas han ido forjando a lo largo de siglos. Para salvar esta separación empobrecedora para ambas partes, Benedicto XVI propone ampliar nuestro concepto de razón (razón ampliada) y de su uso. «La valentía para abrirse a la amplitud de la razón, y no la negación de su grandeza, es el programa con el que una teología comprometida en la reflexión sobre la fe bíblica entra en el debate de nuestro tiempo», propone finalmente el pontífice. En definitiva, como expuso Ratzinger en esta disertación y posteriormente en Luz del mundo, «La gran tarea encomendada a la Iglesia sigue siendo unir fe y razón, unir la mirada que va más allá de lo intangible y la simultánea responsabilidad racional».
Por último, se reproduce y comenta en la parte final de Razón, islam y cristianismo el discurso preparado por Benedicto XVI para ser leído en la La Sapienza el 17 de enero de 2008 y que fue suspendido dos días antes por la censura de un grupo de profesores y alumnos —las hordas wokistas ya hacían de las suyas—. La excusa fue que Ratzinger escribió en 1990 lo siguiente: «En la época de Galileo la Iglesia permaneció mucho más fiel a la razón que el mismo Galileo. El proceso fue razonable y justo» (en realidad, como sucedió en Ratisbona, es una cita del filosofo de la ciencia Paul Feyerabend, no de Ratzinger). El texto, que en este caso estaba dirigido a toda la comunidad universitaria y que era ofrecido en calidad de obispo de Roma, versaba sobre los orígenes de esa institución universitaria, nacida en el seno de la Iglesia y posteriormente secularizada. Luego de algunas consideraciones sobre la razón, se pregunta el pontífice por el objetivo de la universidad, que sería buscar a verdad, «pero la verdad nunca es sólo teórica». Por eso, el cometido de la teología y de la filosofía es ser «guardianes de la sensibilidad por la verdad, no permitir que el hombre se aparte de la búsqueda de la verdad». En este entorno el mensaje cristiano, en virtud de su origen, debería ser un estímulo hacia la verdad, una fuerza contra la presión del poder y de los intereses. Para terminar, advierte a la universidad que si quiere construirse a sí misma solamente sobre la base de sus propias argumentaciones y se aleja de las raíces de las que vive, entonces ya «no se hace más razonable y más pura, sino que se descompone y se fragmenta».
Nos encontramos, pues, ante unos textos esenciales para entender el pensamiento último de Benedicto XVI. Dos textos de la mayor actualidad que merecen una reflexión profunda y permanente por parte del lector, sea cual sea su posición religiosa personal. Libro totalmente recomendable, en definitiva.