

Es difícil reseñar un libro de Chesterton… ¿qué más se puede decir que no se haya dicho ya? Bastaría con eso: es Chesterton, cómprenlo, léanlo. Disfrutarán, pensarán, mirarán a su alrededor con una mirada nueva, les vacunará contra las tonterías que nos inundan.
Y sin embargo, se puede decir algo de este El acusado que acaba de publicar Espuela de Plata. Se trata de una serie de artículos de defensa que Chesterton publica en una época relativamente temprana, en 1901, cuando contaba con 27 años, pero en las que el gigante de Beaconsfield brilla con un ingenio y una madurez deslumbrantes.
Aquí Chesterton, cual moderno caballero andante, asume la defensa de tantas cosas que nuestro mundo desprecia y que merecen ser defendidas: desde las novelas de detectives hasta las promesas precipitadas, desde las pastoras de porcelana a la heráldica, desde la humildad al culto a los niños. Y siempre lo hace cambiando el tercio, desplegando una desbordante imaginación y ofreciéndonos una perspectiva nueva en la que no habíamos caído pero que, una vez expuesta, nos parece obvia y crucial. Y lo hace con su habitual despliegue torrencial de provocaciones, paradojas, metáforas, chistes, ingenio y boutades que lo hacen tan delicioso (y que son la vestimenta de una lógica aplastante).
El librito es de esos con los que uno disfruta y está repleto de joyitas. Aquí van algunas, para abrir boca:
- El progreso debería ser otra cosa más que un continuo parricidio.
- No hay nada tan frío ni tan despiadado como la juventud.
- Hoy en día tendemos demasiado a incurrir en el pecado del miedo y darle el nombre de la virtud de la reverencia.
- Nada esencialmente razonable ha surgido nunca de la pura razón.