Este miércoles 27 de mayo el Papa Francisco ha autorizado el decreto de la Congregación para las Causas de los Santos que reconoce el segundo milagro atribuido a su intercesión, lo que va a permitir su canonización.
Carlos de Foucauld es un referente de la llamada «espiritualidad del desierto». Nació en Francia en 1858 y falleció en Argelia el 1 de diciembre de 1916. Descreído durante buena parte de su vida adulta, experimentó una profunda conversión en 1886. A su vuelta a París, habiéndole concedido la medalla de oro de la Sociedad Francesa de Geografía, está en una profunda crisis y quiere investigar sobre la religión. Comienza a rezar en su interior: “Señor, si existes, haz que te conozca”. Va a ver a un amigo de la familia, el sacerdote Huvelin, que conoce su trayectoria, para conversar de religión. Y éste le invita a confesarse de su pasado. Cosa que hace y después de comulgar dirá: “Después de conocer que existes, no puedo hacer otra cosa que vivir para Ti“.
Su padre espiritual le dirá de hacer un viaje al país de Jesús, donde quedará marcado por Nazaret, lugar donde Jesús obrero vivió el mayor tiempo de su vida. A su vuelta ingresará en la Trapa, pidiendo ir a la más pobre en Akbès (Siria). Pasado los años, el Espíritu Santo lo llevará de nuevo a Nazaret, donde vivirá como un ermitaño recadero de las monjas clarisas de allí, hasta es invitado a ordenarse sacerdote. Luego le ofrecen ir hacia los más abandonados y a un lugar que él conoce donde no hay presencia cristiana: Marruecos. Pero como en este país no podían entrar los extranjeros, irá al oasis sahariano de Beni-Abbés (Argelia), que está en la frontera de ambos países, con la esperanza de poder entrar algún día. Años más tarde conocerá la existencia de una población más abandonada: los hombres azules del desierto, los Tuareg. Y allí encarnó su existencia hasta que fue asesinado.
La espiritualidad del desierto
Foucauld, fruto de su experiencia nos dice: “Es necesario pasar por el desierto y permanecer en él para recibir la gracia de Dios: es en el desierto donde uno se vacía y se desprende de todo lo que no es Dios y donde se vacía completamente nuestro interior para dejar todo el sitio a Dios solo”. «Dios mío, haz que te ame cada vez más», «Dios mío, haz que todos los hombres vayan al cielo», eran sus plegarias habituales. Rezaba sin cesar, al caminar al comer, al hablar, pues la oración mental sostenía como trasfondo sus palabras o su sonrisa de bondad. Enseñó a Pablo Bonita, un pobre que había rescatado de la esclavitud, este pensamiento inmortal: «Sólo Dios es grande; grande; todos aquellos que se llaman grandes son unos mentirosos».
Les dejamos unos cuantos libros sobre la apasionante vida de Carlos de Foucauld y de sus riquísimos escritos espirituales como es su “oración de abandono”:
Padre mío,me abandono a Ti.
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo.
Con tal que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en Tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en Tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tu eres mi Padre.