

Durante su reciente viaje a Lituania, el Papa Francisco visitó el Museo de la Ocupación de Vilnius, situado en el lugar en el que el NKVD (1940-41), la Gestapo (1941-44) y después el KGB instalaron su jefatura, calabozos, cámaras de tortura y de ejecución.
Tras la terrible ocupación nazi, la segunda ocupación soviética a partir de 1944 fue absolutamente despiadada: 180.000 lituanos terminaron en campos de concentración, mientras que otros 120.000 fueron deportados a Siberia y a varios «gulag» de Asia central. Entre ellos había familias enteras, incluidos 12.000 niños, de los cuales 5.000 fallecieron en el destierro.
El Papa visitó también, en el mismo Museo de la Ocupación, las celdas 9 y 11, donde permanecieron encerrados y fueron torturados centenares de sacerdotes y algunos obispos como Vincentas Borisevicius, fusilado en 1946, y Teofilius Matulionis, asesinado en 1962 mediante inyección letal por una agente del KGB disfrazada de enfermera, cuando Juan XXIII le invitó a participar en el Concilio Vaticano II.
Un anciano obispo jesuita, superviviente de la persecución, acompañó al Papa Francisco en la visita a las celdas y a la sala de ejecuciones, lugar donde eran asesinados algunos días a más de cuarenta personas, donde ha rezado en silencio.
Precisamente la historia de otro jesuita, Walter Ciszek, puede ayudarnos a comprender mejor lo sucedido bajo el yugo soviético. Caminando por valles oscuros relata la historia de ese jesuita norteamericano, que llegó a la Unión Soviética tras la toma de la ciudad polaca de Albertyn por el Ejército Rojo. Su objetivo era difundir la palabra de Dios en Rusia, pero al poco tiempo de establecerse en la ciudad maderera de Teplaya Gora fue descubierto y detenido por la policía secreta. Acusado de espionaje, fue trasladado a la temida prisión moscovita de la Lubianka, donde permaneció durante los años de la Segunda Guerra Mundial para ser condenado posteriormente a 15 años de trabajos forzados en un Gulag de Siberia. Finalmente en 1963, fue intercambiado por dos espías rusos y pudo volver a Estados Unidos. En el libro, él mismo nos desvela la razón de su supervivencia – el total abandono a la voluntad de Dios – y da testimonio de su vida de oración, gracias a la cual venció la soledad, el dolor, el miedo y la desesperación, y aprendió a convertir unas circunstancias y un trabajo inhumanos en una experiencia positiva que le acercaba a Dios.
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