El último libro de Douglas Murray, La masa enfurecida, está dando mucho que hablar. En Le Figaro se fijan en dos de los aspectos que aborda, la aparición de una nueva ideología y las consecuencias de la “política de identidades”, reproduciendo estos fragmentos de esta interesantísima obra:
El nacimiento de una nueva ideología
Vivimos en una época de gran locura colectiva. En público y en privado, en Internet, en la vida en general, el comportamiento de las personas es cada vez más irracional, febril, gregario y simplemente desagradable. Vemos los efectos de esto, omnipresentes en las noticias. Pero aunque observamos los síntomas en todas partes, las raíces de este fenómeno todavía se nos escapan. Rara vez se reconoce el origen de esta situación (…).
Tiene que ver con el simple hecho de que hemos pasado por un período de más de un cuarto de siglo en el que todos los grandes relatos se han derrumbado. Uno por uno, han sido desafiados, se han vuelto demasiado impopulares para defenderse o imposibles de preservar. (…) Era inevitable que un nuevo discurso llegara a ocupar el terreno desierto. Los ciudadanos de las prósperas democracias occidentales de hoy en día no podían ser los primeros en la historia del mundo en no tener una explicación de la aventura humana, ni una visión global capaz de dar sentido a su existencia.
La respuesta que ha surgido en los últimos años es entablar nuevas batallas, campañas cada vez más feroces y demandas de nicho cada vez mayores; encontrar el sentido librando una guerra implacable contra cualquiera que parezca tener la respuesta equivocada. Estas guerras se llevan a cabo sistemáticamente y están inspiradas por un propósito guía. Obedecen a una estrategia general con un gran objetivo. Este objetivo – inconsciente para algunos, reflexivo para otros – es establecer una nueva metafísica en nuestras sociedades, o una nueva religión.
La atracción de esta nueva visión del mundo es ahora evidente. No está claro cómo una generación que no puede acumular capital podría sentir una gran pasión por el capitalismo. Por el contrario, no es difícil ver por qué una generación convencida de que tal vez nunca sea dueña de su propia casa puede sentir una fuerte atracción por un sistema de opinión que promete resolver todas las injusticias, no sólo las sufridas por sus seguidores, sino en todo el mundo. Interpretar el mundo a través del prisma de la “justicia social”, la “política de identidad” y la “interseccionalidad” es probablemente el esfuerzo más audaz y exhaustivo desde el final de la Guerra Fría para construir una nueva ideología.
¿A dónde nos lleva la “política de identidades”?
El concepto de “interseccionalidad” nos invita a pasar el resto de nuestras vidas tratando de resolver todas las reivindicaciones identitarias y victimistas, las nuestras y las de los demás, y luego a revisar nuestra organización social de acuerdo con un sistema compensatorio dictado por la jerarquía siempre cambiante que iremos descubriendo. Un sistema así no sólo es inviable, sino que también nos vuelve locos porque hace demandas imposibles y nos asigna metas inalcanzables. Hoy en día, la “interseccionalidad” ha emigrado de los departamentos de humanidades en las universidades donde se originó.
Actualmente está siendo tomada en serio por la generación de jóvenes y se ha infiltrado en la legislación laboral (en particular mediante “compromisos de diversidad”) y en todas las grandes empresas y administraciones. Se ha desarrollado una nueva dialéctica para obligar a los ciudadanos a adoptar estas creencias. Y se han integrado a una velocidad asombrosa. Como ha señalado el economista y escritor Eric Weinstein (y como revela una búsqueda en Google), términos como “LGTBQ”, “privilegio de los blancos” o “transfobia”, que eran desconocidas hasta hace poco, se han convertido en algo habitual. Es como si, en los últimos cinco años, la nueva metafísica, una vez perfeccionado su sistema, hubiera extendido al gran público su intimidante empresa. Esta expansión ha sido brillantemente exitosa. (…)
Esta forma de proselitismo dogmático y vengativo corre el riesgo, tarde o temprano, de socavar e incluso provocar el colapso de toda la cultura progresista. Después de todo, no es seguro que las poblaciones mayoritarias continúen aceptando las demandas que se les exige que acepten y que aguanten por mucho tiempo ser amordazadas por las etiquetas que se les da cuando se niegan a hacerlo. Los defectos de esta nueva teoría (y justificación) de la existencia deben ser identificados porque el sufrimiento que este tren “interseccional” seguirá causando si continúa avanzando por la misma vía es inmenso. (Según esta doctrina), las mujeres son mejores que los hombres, las personas pueden convertirse en blancas pero no en negras, y todos pueden cambiar de sexo a voluntad. Cualquiera que rechace este patrón es un opresor. Y absolutamente todo debe ser politizado.