En pleno debate sobre el papel de España en América, en medio de tanto griterío y demagogia, el último libro de Iván Vélez, La conquista de México, aporta bases sólidas para comprender mejor lo que ocurrió hace cinco siglos.
Empezando por las innumerables pruebas y bibliografía que demuestran que el Anáhuac distaba mucho de ser una Arcadia feliz en la que imperaba un supersticioso y pusilánime Moctezuma.
Como escribe el propio Vélez, “muy al contrario, y ese ha sido uno de los principales objetivos del libro, aquella era una realidad compleja que supo entender Cortés, que se convirtió en un libertador —del yugo mexica, se entiende— de totonacas o tlaxcaltecas. Paralelamente a esta acción pactista, existió un sordo pulso entre Moctezuma y Cortés que es necesario recrear. Un extraño pulso diplomático bajo el que se desarrolló el viaje a la ciudad de los lagos. De hecho, Cortés fue recibido ceremoniosamente en la capital, a la que accedió junto al emperador. Comenzaba ahí una fase, de atmósfera cortesana, interrumpida por la llegada a la costa de Narváez, que rompió el tenso equilibrio alcanzado en Tenochtitlán”.