En el camino de Damasco, en los inicios de la década del año 30 del siglo I, después de un período en el que había perseguido a la Iglesia, se verificó el momento decisivo de la vida de san Pablo.
A partir de entonces, inesperadamente, comenzó a considerar «pérdida» y «basura» todo aquello que antes constituía para él el máximo ideal, casi la razón de ser de su existencia (cf. Fil 3,7-8) ¿Qué es lo que sucedió?
«… Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo …» (1 Cor 15,8).
La conversión de san Pablo no fue un proceso de convicción intelectual, fruto de su formación; fue una acción directa de Aquel que le llamó en el camino de Damasco y le inspiró a lo largo de su vida, y especialmente durante los tres años de su preparación espiritual antes de iniciar su apostolado.
Cristo mismo le iluminó, y Él mismo le incorporó al Colegio apostólico. Es, pues, el último apóstol constituido.
Apóstol de los gentiles
Su presencia en la naciente Iglesia fue absolutamente providencial para la expansión de la fe cristiana por el mundo
griego y romano, la tierra de los gentiles. Por eso san Pablo es ejemplo para todos los tiempos, estímulo para la Iglesia
misionera que debe llegar hasta los últimos confines de la tierra predicando a Cristo. Y es el profeta que en la Carta a
los Romanos anuncia la conversión del pueblo judío. Pero es también testimonio del amor de Cristo. Así lo recordaba el Papa el papa Benedicto XVI en la homilía de las Vísperas de la fiesta de san Pedro y san Pablo (28 de junio de 2008): «Su fe es la experiencia de ser amado por Jesucristo de un modo totalmente personal; es la conciencia de que Cristo no afrontó la muerte por algo anónimo, sino por amor a él –a san Pablo–, y que, como Resucitado, lo sigue amando, es decir, que Cristo se entregó por él. Su fe consiste en ser conquistado por el amor de Jesucristo, un amor que lo conmueve en lo más íntimo y lo transforma. Su fe no es una teoría, una opinión sobre Dios y sobre el mundo. Su fe es el impacto del amor de Dios en su corazón. Y así esta misma
fe es amor a Jesucristo».
La vida de san Pablo es un ejemplo de que el anuncio del Evangelio y la vida en el amor de Cristo conllevan el sacrificio,
porque anuncio y vida exigen la renuncia de sí mismo y la purificación. La espada con la que se le representa es símbolo
a la vez de su verbo penetrante y de su martirio.