

«La conversión de un soldado». Así titula la autora Susan Peeck una biografía novelada de este santo de la colección Arcaduz, dirigida a un público juvenil, (¡qué bueno es leer las vidas de los santos!), y no es para menos, ¿Cómo se pasa de ser un soldado de fortuna, jugador y tarambana a ser modelo de caridad con los más necesitados?
La historia de san Camilo, como la de otros muchos santos, nos lo enseña, y nos llena de esperanza. Dios nos quiere tanto que nos persigue año tras año, nos sitia, nos acorrala hasta que podemos devolver amor por amor.
Camilo nació el 25 de mayo de 1550, en el reino de Nápoles, cuando la Cristiandad echaba sus últimos pulsos militares contra la Media Luna.
De hecho su padre alcanzó cierta fama como soldado de fortuna, llegando al grado de capitán, lo cual implicaba que se ausentaba grandes temporadas de su casa.
Camilo, nacido ya con sus padres mayores, y con las ausencias de su padre, se crió indómito y libre, desarrollando un carácter voluntarioso, que no se sometía a la disciplina de su madre, a la que perdió, además, siendo muy joven, lo que hizo que se acabase, incluso, esa mínima disciplina que aquella le exigía.
Así, aunque con posibilidades sociales y económicas, nunca estudió en serio y apenas aprendió a leer y escribir. En cambio a los 12 años era un jugador de naipes y dados empedernido. A los 19 años emprendió la carrera militar a imitación de su padre, en 1569, entrando al servicio de armas, primero por Venecia y luego por Nápoles, no con un espíritu de cruzada sino más bien buscando la paga que como mercenario se ganaba combatiendo.
Vemos que su carácter disipado y tarambana tenía como mayor manifestación su desmedido vicio del juego, al que costó vencer muchísimo tiempo.
Todo lo que ganaba en su oficio de soldado lo perdía en el juego, incluso perdió su espada, su cebador de pólvora, el manto y la camisa, y tuvo que sobrevivir pidiendo limosna por las calles.
Desde joven sufrió una extraña llaga en la pierna que se le reproducía constantemente y le hizo estar continuamente en enfermerías y hospitales, tanto de campaña como los mantenidos entonces por las instituciones de la Iglesia.
Tanto por su vicio del juego como por la enfermedad de su llaga tuvo que dejar la carrera de las armas y llegó a estado mendicante. En su etapa de mendicidad unos capuchinos que
estaban construyendo una iglesia en Manfredonia, le ofrecieron trabajo, y allí fue tocado por primera vez por la gracia de Dios; los frailes le encargaron acarrear cantos y arena con un pollino. Mucho le humillaba a su orgullo de soldado la situación por la curiosidad de la chiquillería que se metía con él por su alta estatura y cojera y por la terquedad del burro con el que trabajaba. En cierta ocasión, cuando luchaba contra el asno para que éste realizase su tarea, entre juramentos y modos rudos de soldado, uno de los frailes le dijo, movido por la gracia de Dios, que lo mismo que hacía el asno con él, él lo hacía con el Señor.
La gracia de Dios le tocó el corazón, siente la tragedia de su vida, solloza, reza, hace una confesión general y pide el hábito, se convierte en el más humilde de los frailes que se dirigen a él como «el hermano humilde». Pero aparece de nuevo la misteriosa llaga (la caricia divina) que le impide la permanencia en el convento. Camilo siempre creyó que era la voz de Dios que le sacaba del convento para llevarle a Roma, donde vuelve a ingresar en el hospital de Santiago para que se la curen.
Pero esta vez ya no arrastra a sus compañeros a timbas clandestinas ni organiza peleas y tumultos, sino que, una vez recuperado de su llaga, se convierte en un enfermero solícito y eficaz, que ahora arrastra a sus compañeros a rezar, a la lectura espiritual y les exhortaba a la dedicación plena a los enfermos.
Más tarde Camilo decía: «Ya que Dios no me ha querido como capuchino ni en ese estado de penitencia, es signo de que me quiere aquí, al servicio de estos pobres enfermos suyos» y añadía «primero Dios y después esta pierna llagada han fundado esta religión; si no, yo habría muerto capuchino».
Así pues esa llaga, que sus compañeros califican de rara y extraordinaria, lo llevó de nuevo al hospital, y le hizo ver el valor y la urgencia de la asistencia a los enfermos.
Este fue el inicio de la gran obra de Dios a través de san Camilo, que desembocó en la fundación de los «Ministros de los enfermos, Padres de la Buena Muerte » o camilos como son popularmente conocidos.
A los 30 años comienza sus estudios para hacerse sacerdote, entre la hilaridad de sus compañeros que le decían «viejo, tarde viniste» y recibe la ordenación en 1584. Ante las suspicacias del director del hospital de Santiago ante este grupo de «locos» voluntarios para cuidar enfermos, éstos se trasladan en una solemne procesión por las calles de Roma hasta el hospicio del Santo Espíritu y la cercana iglesia de la Magdalena donde fundará Camilo su instituto y trabajará hasta su muerte.
La cruz roja
La pequeña comunidad de Camilo se identificaba por llevar sobre la túnica o sotana una gran cruz de color rojo, que posteriormente copiara J.H. Dumont, para su conocida institución
de atención sanitaria. Estos hermanos de la cruz roja prestaban solemnemente este juramento: «Prometo, Señor, servir a los pobres enfermos, vuestros hijos y hermanos míos, mientras viva, con la mayor caridad posible».
Los hombres de la cruz roja se extienden rápidamente por toda Italia y Europa; luego por el resto del mundo. En 1595 siguen al contingente romano en la guerra contra los turcos y constituyen el primer núcleo de sanidad militar organizado como tal en la historia. De su espíritu viven además otras diversas órdenes e instituciones de la Iglesia católica en todo el mundo. En 1746 el papa Benedicto XIV proclamó santo a Camilo y lo denominó «iniciador de una nueva escuela de caridad». En 1886, León XIII lo proclama, junto a san Juan de Dios, patrono de todos los enfermos y hospitales del mundo y Pío XI lo propone como patrono del personal sanitario. (Fuente: Juan Jaurrieta, “San Camilo de Lelis, del servicio a las armas al servicio de los enfermos”, Cristiandad, octubre 2016 p .10-12)