

La matanza de Katyn, el libro del periodista e historiador alemán Thomas Urban, es un libro importante, definitivo quizás, sobre un tema de gran calado. Lo dice su subtítulo: “Historia del mayor crimen soviético de la Segunda Guerra Mundial”.
En efecto, durante décadas la autoría de este despiadado asesinato en masa fue polémica: ¿fue la policía secreta de Stalin en la primavera de 1940 o los ocupantes alemanes en el verano de 1941? Cincuenta años después, el Kremlin reconoció uno de los peores crímenes de la historia soviética.
Katyn se ha convertido así en uno de los crímenes de guerra más ominosos del siglo XX, un asesinato en masa que tuvo un impacto poderoso y duradero en la memoria colectiva. Pero la aniquilación de unos 4.000 oficiales polacos —la mayoría de ellos reservistas con carreras académicas— por la policía secreta de Stalin en la primavera de 1940 fue mucho más que un crimen de guerra. El nombre de este pequeño pueblo en el oeste de Rusia representa el intento de Stalin de exterminar a la clase dominante polaca, para extender su sistema totalitario de la Unión Soviética a Polonia. La orden del Kremlin no solo afectó a Katyn, sino también a otros lugares donde murieron, en total, unos 25.000 oficiales e intelectuales polacos.
Katyn también representa la mentira como un elemento central del sistema construido por Lenin y Stalin, que puso patas arriba todas las categorías morales: los que hablaban de la autoría soviética eran perseguidos como calumniadores, castigados y, en el peor de los casos, liquidados.
Pero Katyn también significa la búsqueda de la verdad frente a la mentira, la libertad contra la opresión, la cultura y la civilización contra la fuerza bruta y el asesinato
Sobre la base de los documentos originales y de testimonios de testigos oculares, el periodista e historiador alemán Thomas Urban reconstruye, en el 80º aniversario de los acontecimientos, el crimen y la guerra propagandística de los grandes poderes, que no sólo incluyó mentiras y falsificaciones, sino también el asesinato de testigos incómodos.
El libro, además de los crímenes perpetrados por los comunistas soviéticos, examina también la confrontación de los Aliados occidentales con Katyn, un aspecto que influyó en la relación del primer ministro británico Churchill y del presidente de Estados Unidos, Roosevelt, con Stalin. En los últimos años, varios miles de páginas de una investigación del Congreso de Estados Unidos se han hecho accesibles, y el Ministerio de Asuntos Exteriores de Londres también ha publicado una documentación exhaustiva en Internet. El descubrimiento de las fosas comunes por los alemanes en la primavera de 1943, cuando la guerra, a pesar de Stalingrado, parecía lejos de estar decidida, exigió que Gran Bretaña, como potencia protectora del gobierno polaco en el exilio, así como Estados Unidos, adoptaran una postura. El gobierno polaco en el exilio acusó a la Unión Soviética del crimen, amenazando con crear un grave conflicto entre los adversarios de la Alemania nazi. Tanto Churchill como Roosevelt optaron por la realpolitik: la coalición anti-Hitler no debía peligrar bajo ninguna circunstancia, por consiguiente aislaron al gobierno polaco en el exilio. En la memoria colectiva de los polacos quedó que esto fue cínico e inmoral, una traición que precedió a la aún mayor de Yalta, cuando las potencias occidentales aprobaron el futuro poder de Stalin sobre Europa oriental antes del final de la guerra.
El libro aborda también las investigaciones que han ido dando paso a la verdad durante las últimas décadas. Estamos pues ante un libro necesario, conmovedor y esclarecedor sobre uno los episodios más terribles y dramáticos de la Segunda Guerra Mundial que tiene consecuencias que alcanzan hasta nuestros días.