Aldobrando Vals recoge en la sección “Hemos leído” de la revista Cristiandad la reflexión de Sylvain Durain, desde las páginas de L’Incorrect, sobre el fenómeno Greta Thunberg:
Tras fijarse en los efectos miméticos producidos por el feminismo y la ideología de género, señala que «este ciclo mimético acabará por reducir la existencia de los individuos a su simple sexo, que podrán ir cambiando al no ser más que la expresión de una nueva contradicción sistémica».
Y prosigue: «La indiferenciación general provocada por esta naturalización produce lo que René Girard llamó una crisis sacrificial. Cuando las personas se ven reducidas a pensarse en términos sexuales, las diferencias se reducen. Habiendo desaparecido las jerarquías desde hace mucho tiempo, no hay diferencia ya entre hombres y mujeres, estudiantes y maestros, mañana entre humanos y robots, y pasado mañana entre el hombre y Dios: estamos al comienzo de un enfrentamiento primitivo violento.
Esta situación va a llevar a los individuos a volver a sus viejos reflejos arcaicos, los de la guerra de todos contra todos. Es fácil constatar que ya casi hemos llegado a ese estado. Para salir de esta crisis hay que encontrar una nueva religión, con nuevas sacerdotisas sacrificiales y un nuevo chivo expiatorio. Aquí es donde entra en juego Greta. Pura creación de la Open Society de Soros, esa niña corresponde totalmente a los arquetipos de la Pitia de nuestros antepasados: joven, inocente, asexuada, discapacitada, se convierte en la sacerdotisa de la Madre Tierra Gaia. Creer que el debate es entre climático convencidos y climático escépticos es no entender nada de lo que realmente está en juego. Esta nueva religión, que llamamos gaiática, propone una visión antropológica que haría soñar al mismo Satanás: presentar a la humanidad como el enemigo principal de la naturaleza. La diosa Gaia está furiosa, sus hijos se portan mal y tendremos que imponerles un severo castigo. Greta, la pobre, no es más que una víctima de esta instrumentalización, pero consigue sacar a la calle a jóvenes atomizados que se convierten en seguidores de una religión inmanente que no controlan. De hecho, ¿quién podría desear la destrucción de la naturaleza? En respuesta a esta pregunta, proponemos otras: si amáis tanto la naturaleza, ¿por qué violáis sus reglas básicas, como la complementariedad hombre/mujer? ¿Por qué negarse a admitir que si esta naturaleza se debe preservar es porque es el vestigio de la Santísima Trinidad? Poner la Tierra al mismo nivel que Dios es indiferenciar al Creador de su creación, es poner a la raza humana en peligro de muerte al colocarla como chivo expiatorio universal. Nosotros respetamos la naturaleza salvaguardando su orden divino, y quien tiene que administrarlo es el hombre. Greta, el golem gaiático, es el símbolo perfecto de este ecologismo anti-Dios, anti-humano y anti-esperanza. La naturaleza, que tiene horror al vacío, ha rellenado los errores religiosos modernos con un sincretismo pagano-gnóstico».