Desde las páginas de Ecclesia, Antonio Rubio nos da las claves por las que seguimos leyendo, vorazmente, las novelas de Jane Austen.
Las novelas de Jane Austen están de moda desde hace tiempo, sobre todo gracias a esas adaptaciones cinematográficas y televisivas que cuidan mucho el vestuario junto con los jardines y casas rurales inglesas de estilo georgiano en las que la perfección arquitectónica venía definida por una villa renacentista edificada por Palladio.
Las mujeres en Austen es una magnífica introducción al universo de Jane Austen, de la que una mente tan preclara como la de Chesterton escribió esta cita lapidaria: “Con su propio talento artístico ella hizo interesante lo que miles de personas aparentemente iguales hubieran hecho aburrido”.
Austen es una cronista de la cotidianeidad, y lo importante en ella no es el continente sino el contenido.
Hoy en día se hacen muchas series de época, en las que el espectador se siente atraído por la puesta en escena, pero no pocos de los guiones tienen mucho de artificial, pese a que sus autores se esfuercen por buscar en diccionarios o en libros antiguos un léxico en desuso para otorgarles verosimilitud. Esos guiones no aguantarían un cambio de vestuario o de fotografía. Por eso están destinados a ser efímeros
No sucede lo mismo con las historias que nos relata Jane Austen, ni con los diálogos contenidos en ellas. Quizás no sea exagerado afirmar que quien quiera introducirse en el arte de la conversación, que también se rehúye en una época que ha convertido a la privacidad en su ídolo, debe leer las novelas de Austen.
El libro de Catalina León recopila lo poco que sabemos de la vida de la escritora inglesa, pero nos introduce, intensa y apasionadamente, en la literatura de Jane Austen. Sus personajes nos hablan no desde el pasado sino desde el presente, y nos recuerdan que la vida no es una novela.
La realidad supera con mucho a la imaginación, pero eso no es una invitación a la mediocridad sino a vivir la vida con ilusión, en la aventura de lo cotidiano, en la que también podremos encontrar, pese a la mentalidad de sospecha que nos invade, risas y sonrisas, tal y como sucede en las novelas de Austen, en las que están revestidas de un espíritu de elegancia.
En el prólogo del filósofo David Cerdá se afirma que hoy predomina una educación emocional, que no es lo mismo que una educación sentimental, una educación del carácter, algo que sí está presente en la literatura de Jane Austen. Lo emocional es efímero, una burbuja de inexorable caducidad. Frente al reducido paradigma de lo emocional, está la buena literatura, la de Sentido y sensibilidad, Orgullo y prejuicio, La abadía de Northanger, Mansfield Park,
Emma y Persuasión. Es posible que Emma fuera el personaje, y la novela, más amada por Jane Austen, y seguramente por Catalina León, pero esto no impidió a la autora a amar a sus otros muchos personajes, sobre los que arroja una mirada de misericordia, con independencia de sus comportamientos o actitudes ante la vida.
Esto no lo puede hacer nadie más que una escritora con “ingenio natural, razonamiento y bondad”, la Jane Austen de la que nos habla un libro que es una invitación, tan apremiante como seductora, a leer unas novelas que pertenecen a la gran literatura de todos los tiempos.