

“El hombre sin cultura parece extranjero en su propia humanidad”. Así sentencia el autor de
este libro la situación actual. Nos encontramos ante una de las obras más acertadas sobre la
cultura actual y por qué hemos llegado hasta donde hemos llegado: a ser unos desheredados en nuestra propia carne, en nuestra propia identidad.
François-Xavier Bellamy, profesor de filosofía y literatura en un colegio de París, nos expone de
primera mano lo que ha visto durante años en sus clases: jóvenes desheredados, incapaces de acoger
la cultura que les precede y adultos incapaces de transmitirla.
El autor hace una breve introducción analizando lo que se puede observar en los periódicos, en la
calle, en las familias…la cultura se muere, la sociedad se denigra. Si no hacemos nada al respecto
perderemos nuestra identidad, nuestra unicidad y singularidad.
Bellamy, como muchos otros, se pregunta por las raíces de esta ruptura de la transmisión de la cultura,
¿cómo puede ser? El autor elige a tres autores prolíficos, que todos hemos estudiado en algún momento de nuestra vida, y nos muestra de su pensamiento lo referente a la cultura: Descartes, Rousseau y Bourdieu.
Todos ellos marcan un antes y un después. Los tres son pensamientos que han ido calando poco a
poco y se han integrado en nuestra cosmovisión casi sin darnos cuenta.
Descartes considera la transmisión de la cultura un fallo de la razón porque si queremos verdaderamente construir sobre seguro, tenemos que dudar de todo lo anterior, tenemos que rechazar la tradición, rechazar la cultura, distanciarnos de la educación, empezar con una tabula rasa y con el individualismo, nada de guías, uno se construye a sí mismo.
Para Rousseau la transmisión de la cultura es una contaminación de la naturaleza. El francés apuesta por no guiar a su Emilio sino que él mismo descubra lo que es y lo que quiere ser, y la cultura no es más que un entorpecimiento en el camino, un obstáculo que hay que evitar. «Todo progreso en la cultura nos aleja de la naturaleza». El hombre tiene que permanecer en su estado natural. La educación, por tanto, es negativa, el niño no debe hacer nada en contra de su voluntad, debe permanecer ignorante si así lo prefiere; la educación esclaviza.
Finalmente, Bourdieu, pensador marxista, arguye que la transmisión de la cultura no es sino otra forma
de dominación, y la transmisión, una de las maneras de mantener la desigualdad entre clases. Bourdieu habla de capital cultural. La educación está al servicio de esta selección y división entre los que saben y los que no saben, «la cultura de la escuela es una cultura de elite», es una de las formas más evidentes de desigualdad, es puro arbitrio, una excusa para legitimar la jerarquía de la sociedad. Y según él, «La cultura es el arma del crimen». Después de este análisis, ¿cómo seguir transmitiendo
la cultura? ¿Por qué? Bellamy defiende que «Hay que tomarse en serio la necesidad de la cultura
como mediación esencial para el cumplimiento de nuestra naturaleza». Sin cultura nos volvemos
bárbaros, incapaces de ser hombres en plenitud. La forma más esencial de atacar la humanidad es atacando la cultura.
En definitiva, prestemos atención porque «La urgencia está en que logremos reconciliarnos con el
sentido mismo de la educación para hacer vivir en cada uno la cultura, por medio de la cual el hombre
se hace hombre, la libertad se hace efectiva y el futuro común, posible.