Que Léon Bloy es incómodo y problemático no lo vamos a descubrir a estas alturas. Que fue uno de los escritores católicos más grandes (y claro, controvertidos) de su tiempo, tampoco.
Pierre Glaudes, crítico literario experto en Bloy, atribuye la naturaleza explosiva de los escritos de Bloy a su catolicismo en una época que se estaba descristianizando y a un tipo de lenguaje que utiliza un léxico muy particular, con propensión a convertir arcaísmos latinos en neologismos franceses. Además, habría que añadir su mal genio, su irascibilidad, el torrente desatado y pasional que a menuda deja que fluya sin trabas.
Y sin embargo, el genio de Bloy es tal que siempre ha sido admirado y ha congregado a un grupo de fieles entusiastas. En la primera mitad del siglo pasado, su influencia se dejó sentir en autores de muy diferente condición: Alfred Jarry, el autor de Ubú rey, Georges Bernanos, que se reconoce como su descendiente, Roland Barthes, que destaca su opulencia verbal como réplica a su pobreza material.
Bloy sigue sin dejar indiferente y es precisamente Mi diario el libro en el que accedemos al más puro Bloy, el libro en el que seguimos su vida y casi podemos tocarlo. El sociólogo, escritor y periodista francés Robert Escarpit, consideraba Mi diario como «uno de los más poderosos incentivos que contribuyeron a despertar el catolicismo contemporáneo en todas sus formas».
La reedición de este libro es una gran oportunidad para asomarse a un grande, alguien quizás no destinado a las masas, pero que nunca pasará de moda.