Escribía David Brooks en The New York Times que La opción benedictina es «el libro religioso más discutido e importante de la última década». Ahora, el autor de uno de los libros que ha dado más que hablar en los últimos años llega a Barcelona para presentarlo en Balmesiana, el jueves 17 de enero a las 7 de la tarde (con traducción incluida)
La opción benedictina (The Benedict Option) ya ha provocado un vivo debate en el mundo anglosajón y también en Francia e Italia, donde se han publicado recientemente traducciones. La clave de este interés es que Dreher parte de uno de los hechos más obvios de nuestro tiempo (pero sobre el que se suele pasar de puntillas): la transformación del panorama cultural y político en los países occidentales hacia una creciente presión, cada vez más invasiva, para que los cristianos ajusten sus mentalidades y comportamientos a lo que el poder determina que es aceptable. Influido por Alasdair MacIntyre, el subtítulo del libro de Dreher es muy expresivo: Una estrategia para los cristianos en una nación postcristiana.
Ya es imposible continuar con aquella ficción de que el Estado laico es neutral. Podemos discutir si alguna vez lo ha sido realmente, pero lo que es indudable es que el Estado, en Occidente, hoy en día, no es neutral. La progresiva imposición de la ideología de género como verdad oficial e indiscutible confirma este diagnóstico. En esta nueva situación, Dreher plantea que hay que buscar el modo por el que los cristianos podamos sobrevivir en un entorno cada vez más hostil.
La opción benedictina consistiría en imitar a san Benito en su retirada del mundo para crear, en los márgenes, redes de contacto con otros cristianos, viviendo como exiliados en nuestro propio país. Al igual que san Benito abandonó una sociedad que colapsaba en el siglo VI, los cristianos occidentales deberíamos responder al colapso civilizatorio actual concentrando nuestros esfuerzos en construir comunidades alternativas que vivan con intensidad y consecuentemente su fe.
Estas comunidades pueden ser grupos de cristianos que vivan cerca los unos de los otros y se reúnan en torno a una iglesia, o nuevas comunidades religiosas o nuevas escuelas o grupos de familias que se ayuden las unas a las otras…
Dreher propone la imagen de la Iglesia como de una comunidad en el exilio, desengañada de aventuras políticas en las que los cristianos siempre son utilizados y no obtienen más que migajas, y eso cuando hay suerte (quien pone sus esperanzas en, por ejemplo, elegir un determinado candidato a la presidencia del país, dejando de lado la tarea de elaborar una cultura alternativa y comunidades en las que esta sea una realidad, está condenado al fracaso), una Iglesia volcada en crear esa nueva cultura en la periferia que pueda sustituir a la actual en el momento en que esta colapse definitivamente.
Las críticas, ya se pueden imaginar, han llegado de todas partes: acusaciones de fatalismo y de negación de la ley natural y desconfianza de la razón, críticas a tomar el monacato como modelo para la vida laical, en lo que sería una mentalidad de gueto, a su utopismo (pues los nuevos bárbaros que tienen el Estado en sus manos no permitirán que florezca esa cultura paralela por la que aboga Dreher) o incluso la acusación de que La opción benedictina es una mera operación de marketing pues, de hecho, muchos católicos ya la están poniendo en práctica a su estilo.
San Pablo, Pablo VI y Benedicto XVI
Ante este aluvión de críticas, Dreher se ha defendido reiterando su mensaje nuclear. Los modos en que los cristianos debemos enfocar nuestra presencia en la vida pública serán, por fuerza, muy diversos y cambiantes, pero persiste la intuición inicial: en un mundo crecientemente intolerante ante el mensaje cristiano, las recetas del último medio siglo ya no valen y hemos de repensar nuestra presencia cristiana en el mundo, priorizando la transmisión de una fe viva. Un planteamiento que no se aleja mucho, acaba de reconocer monseñor Georg Gänswein, de aquellas minorías creativas de las que escribía Joseph Ratzinger.
Quizás Dreher no esté tan lejos de lo que afirmaba el beato Pablo VI, el 21 de noviembre de 1973: “Hemos andado fuera del camino en el conformismo con la mentalidad y con las costumbres del mundo profano. Volvamos a escuchar la apelación del apóstol Pablo a los primeros cristianos: ‘No queráis conformaros al siglo presente, sino transformaos con la renovación de vuestro espíritu’… Se nos exige una diferencia entre la vida cristiana y la profana y pagana que nos asedia; una originalidad, un estilo propio. Digámoslo claramente: una libertad propia para vivir según las exigencias del Evangelio. Hoy se hace precisa una ascesis fuerte, tanto más oportuna hoy cuanto mayor es el asedio, el asalto del siglo amorfo o corrompido que nos circunda. Defenderse, preservarse, como quien vive en un ambiente de epidemia”.
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