Es habitual el que la persecución sufrida por los católicos en la Inglaterra de la última de los Tudor, la reina Isabel I, haya quedado más o menos olvidada. A fin de cuentas está muy extendida la actual imagen de una Inglaterra tolerante y educada. La vida de Edmund Campion, escrita por el gran Evelyn Waugh, que acaba de publicar la editorial Didaskalos, nos obliga a matizar esa impresión. Al menos en lo que se refiere a la tolerancia, no tanto a una educación que, curiosamente, se mantenía verbalmente mientras se perpetraban las más atroces torturas.
Pero si este libro nos obliga a revisar algunas ideas recibidas sobre lo que fue la Inglaterra del siglo XVI, es ante todo la historia de un hombre, brillantísimo, que podría haber triunfado socialmente y lo sacrificó todo para entregar su vida a Dios y, tal y como él lo entendía, también a su patria e incluso por su reina. Y lo hizo con una combinación de osadía, brillantez intelectual y sencilla humildad realmente ejemplares.
Siendo uno de los jóvenes más prometedores de Oxford, admirado por la propia reina y protegido por la corte, Campion lo abandona todo por una fe que, en un primer momento había creído posible salvar con ciertos habilidosos equilibrios (¡llegó a ser ordenado diácono de la Iglesia Anglicana!). Seminarista luego en Douai, el seminario abierto en los Países Bajos para las vocaciones inglesas al sacerdocio (al martirio, más bien) tras la clausura de todos los seminarios de la isla, Campion da un ulterior paso con su decisión de ingresar en la Compañía de Jesús. Una decisión que, según todos los cálculos humanos, debía alejarle de su amada Inglaterra. Y así fue inicialmente, desarrollando su labor en la Praga
Una carambola imprevista provocará que la Compañía de Jesús reciba el encargo de enviar a algunos de los suyos a Inglaterra y entre los elegidos está el célebre Campion. Una misión que, todo el mundo era muy consciente, sólo podía acabar en el martirio: la incógnita era cuánto tiempo podrían escapar a las redes de informantes y caza-sacerdotes que recorrían todo el país.
La vida de Campion se torna entonces una novela de aventuras del género de la persecución. Son meses de disfraces, sacramentos y predicaciones clandestinos, durmiendo cada noche en un lugar diferente. Meses de golpes audaces, con la publicación clandestina de folletos que polemizaban con el incipiente anglicanismo, ya muy cargado de elementos protestantes. Son también meses de detenciones, dolorosos tormentos y terribles ejecuciones públicas.
Esta apasionante epopeya termina donde se sabía: en Tyburn, donde fue ahorcado san Edmund Campion, no antes de haber recibido una oferta para salvarse a cambio de renunciar al catolicismo de la misma reina Isabel o de haber dado testimonio de su inquebrantable fe ante un tribunal que produce sonrojo y frente al que la personalidad, la entereza, la categoría moral y la claridad doctrinal de Campion respandecen.