

“Pablo VI, aun en medio de dificultades e incomprensiones, testimonió de una manera apasionada la belleza y la alegría de seguir totalmente a Jesús. También hoy nos exhorta, junto con el Concilio del que fue sabio timonel, a vivir nuestra vocación común: la vocación universal a la santidad. No a medias, sino a la santidad.” Con estas palabras el papa Francisco hacía referencia a Pablo VI en la homilía de su canonización el domingo 14 de octubre.
Ciertamente e Pablo VI ( 1963– 1978), además de la secularización de una sociedad que manifiestamente se apartaba de Cristo el papa del Concilio tuvo que sufrir aquel vendaval de desorientación que invadió a muchos ambientes eclesiales como consecuencia de las sesgadas interpretaciones del Concilio. Sin embargo supo «conducir el timón de la barca de Pedro» con un admirable y extenso magisterio.
Muy consciente de la responsabilidad de su cargo fue también el Papa heroico de «El Credo del Pueblo de Dios» y de la «Humanae vitae». Esto le costó el desprecio del mundo pero permitió que las ovejas escucharan su voz de buen pastor. Su sufrimiento le ha llevado ahora a los altares.
En una audiencia del 21 de junio de 1972 comentó de una manera misteriosa su situación: «Quizá el Señor me ha llamado a este servicio no porque yo tenga aptitudes, o para que gobierne y salve la Iglesia en las presentes dificultades, sino para que yo sufra algo por la Iglesia, y aparezca claro que es Él, y no otros, quien la guía y la salva».
Un pontificado Cristocéntrico
En el papa Pablo VI la figura de Cristo se presentó siempre como fundamento, centro y meta de su vida. De sus nueve viajes apostólicos fuera de Italia quiso que el primero fuera a Tierra Santa. Allí anunció a Cristo sin ambigüedades, precisamente en la gruta de Belén. En un vibrante y limpio francés proclamaba; “No hay valor humano que él no haya respetado, exaltado y redimido. No existe dolor humano que él no haya comprendido, compartido y valorado. No hay necesidad humana, (a excepción de cualquier de cualquier imperfección moral) que él no haya aceptado y experimentado en sí mismo y que no haya propuesto a la iniciativa y al corazón de los demás. (Discurso en la Basílica de Belén (6/1/1964)
Así también la primera encíclica de Pablo VI, programática de su pontificado, “Ecclesiam Suam” constituye una llamada a la Iglesia a volver a la fidelidad total a Jesucristo.
Y En la inauguración de la segunda sesión del Vaticano II, el Papa dejaba clara la ruta a seguir: “¿Qué meta deberá establecer nuestro itinerario? ¡Cristo! ¡Cristo, nuestro principio, nuestra guía, nuestra vida, nuestra esperanza, nuestro término!” (Cf. Discurso apertura segunda sesión del Concilio (29-IX-1963)
Si quiere profundizar más en el humilde y profético testimonio de amor a Cristo y a su Iglesia del papa Pablo VI le proponemos;