Amanda, Helios, Stella, Astrid, Simón… Ya sólo los nombres de los protagonistas de este teatro nos señalan la temática a la vez metafísica y mística del problema que plantea: en un mundo en que ya no se muere, la muerte dejaría de ser un castigo, se volvería una liberación. Dios, amor y muerte. Tres realidades sempiternas que están en el fondo de todas las buenas obras de literatura y que en esta se entrelazan de una forma un tanto perturbadora pero muy ilustrativa.
La primera de las inmortales de la utopía creada por Thibon tiene una paradójica y misteriosa atracción por los muertos, sobre todo por el Dios muerto, el que han matado sus padres. Esa antigua ausencia va creciendo a lo largo de la obra, a pesar de todas las “nuevas verdades” con las que sus seres queridos intentan acallarla.
Pero Amanda, fiel a su nombre, necesita ser amada infinitamente, no sólo por sus padres, no sólo por su novio, o por su amiga, necesita amar y ser amada por el Todo. Echa en falta a Dios, y empieza a recuperarlo cuando habla con su alma, de ese diálogo sublime le nace una fuerza incomprensible por la que la muerte puede por fin liberarla y devolverla a las estrellas. Ese supremo acto de amor que es morir hace que el verdadero amor pueda entrar de nuevo en el mundo rompiendo la ficción endiosada de la ciencia y rehumanizando a todos los protagonistas.
Quizá una buena lectura para meditar el sentido de la muerte, su relación con el amor y con Dios. Las imágenes que ha dejado esta pandemia, los centros de ocio convertidos en morgues, los entierros sin familiares ni amigos deberían hacernos reflexionar… ¡recuerda que eres mortal! -decían nuestros padres- Este pequeño y valioso libro podría muy bien ayudarnos a ello.