Alessandro D’Avenia es profesor de instituto y escritor de éxito: sus novelas están traducidas a 24 lenguas y sólo en Italia han vendido más de dos millones de ejemplares. En su último libro, ¡Presente! (Encuentro), habla sobre el amor, la amistad y la escuela.
Extractamos algunas de las respuestas de D’Avenia en la entrevista que publica El Mundo:
Omero Romeo, el protagonista de su nueva novela, se ha quedado ciego a causa de una rara enfermedad, pero decide volver a ser profesor. Utiliza el olfato, el audio y el tacto para conocer a sus alumnos. ¿Hay una falta de uso de estos sentidos en la escuela? ¿Qué tienen de especial estos sentidos para profesores y alumnos?
La ceguera te obliga a entregarte a la vida. Vivimos obsesionados con el control, es el paradigma de la modernidad: existo si tengo poder, y para tener poder tengo que tener el control de mí mismo, del otro, de la naturaleza. La vista es el sentido que mejor ejerce el control, de hecho, la envidia, que domina en las redes sociales, es literalmente no querer ver. Los ciegos me han enseñado que si no ves no puedes controlar, no puedes tener poder, y que sólo puedes recibir la realidad, a los demás e incluso tu propio cuerpo como un regalo.
¿Y el tacto?
En Italia decimos “tener tacto” para indicar a una persona amable, abierta a los demás. Y hoy hemos perdido el sentido del tacto y por lo tanto el tacto: sólo tocamos pantallas bidimensionales y nunca tocamos realmente la carne del mundo: los rostros, las plantas, los pétalos de una flor… Sólo cuando tocamos las cosas aprendemos a cuidarlas. Y eso lo saben los ciegos: para ponerse en contacto ponen sus manos en la cara de alguien y escuchan atentamente su voz.
El protagonista de ¡Presente!, en lugar de pasar lista como siempre se hace en el colegio, pide a sus alumnos que digan ellos sus nombres y hablen de sí mismos. ¿Qué cambia ese pequeño gesto?
Supone la aceptación del otro como único y portador de algo singular. Cada uno de nosotros es necesario en el mundo porque es único (nadie tiene una huella igual a la de otro), y eso quiere decir que estamos aquí para dejar una huella única. Decir el nombre de una persona y escuchar su historia es la manera más fácil de hacer florecer esa singularidad. ¿Qué hace una pareja que sabe que está esperando un hijo? Elegir el nombre, y luego la madre comienza a hablar con el bebé. ¿Qué hacen dos que se enamoran? Se ponen apodos, casi como si fuera necesario renombrarse como si acabaran de nacer, y luego se cuentan sus historias personales. El secreto de una persona está en su nombre bien dicho y en escuchar su historia, todos los días. Cuando dejamos de decir bien el nombre de alguien, dejamos de escucharlo. Y así dejamos de quererlo.
Omero consigue llevar a la luz a ese pequeño grupo de jóvenes estudiantes que se encontraban en la oscuridad. ¿Cuál es su receta?
La de cualquier buen maestro: cuidar la relación y enseñar bien su disciplina, como oportunidad para conocerse a uno mismo y al mundo. Tenemos una idea fría del conocimiento, como algo que sirve para dominar la realidad, mientras que el conocimiento sirve para curar.
¿Existe en la vida real Omero Romeo o es una creación suya?
El libro está inspirado en un profesor que se quedó ciego por una enfermedad como la que tiene Omero. Y no dejó de enseñar, al contrario, mejoró al hacerlo: al perder el control conquistó la relación. Y cuando una relación se basa en la confianza, el ser florece. Sólo así la enseñanza no es una “hemorragia del ser” sino un continuo regenerarse en el ser.
Durante el confinamiento las clases, por fuerza, tuvieron que hacerse online. ¿Cómo fue para usted esa experiencia? ¿Puede el ordenador sustituir la relación persona?
Tuvimos que inventar cosas nuevas y eso siempre es bueno, pero las inventamos sólo si antes del confinamiento la relación con los chicos estaba viva, y así el ordenador se convierte en una herramienta al servicio de la relación. Si la relación no era auténtica antes, la computadora no servía. Yo digo provocadoramente que no se cerró la escuela, sino que ya estaba cerrada en todos aquellos lugares donde las relaciones no funcionan. Lo que considero inaceptable es que se pensara que se podían transferir las horas de clase en una pantalla, como si el objetivo de la escuela fuera sólo transmitir datos a un cerebro. Si hemos pensado eso es porque tenemos una idea muy pobre de la escuela, porque tenemos una idea muy pobre del hombre: un cerebro sin cuerpo.