

Con la festividad de Cristo Rey culminamos el año litúrgico; con el primer domingo de Adviento, lo iniciamos y la conexión íntima entre el principio y su culminación se expresa con claridad en la liturgia de este tiempo precioso.
Las lecturas y los prefacios en este tiempo son bien elocuentes y basta solo poner un poco de atención para que nuestra vista se eleve y el espíritu, regocijándose en la memoria de la Navidad, se llene de esperanza. En cada misa hasta el 16 de diciembre escucharemos el prefacio que nos dice: “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro. Quien al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación; para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar.”
La Iglesia nos invita con esta preciosa oración a admirarnos del plan de la redención “trazado desde antiguo”, y que nos ha sido revelado en el libro Sagrado, para que cuando veamos –“en vigilante espera”- lo que suceda nos animemos y levantemos la cabeza porque muy pronto seremos liberados (Lc 21,28), como nos dice el mismo Señor Jesús.
Y aún nos dice más el prefacio: todo ese plan nos será “revelado”, es decir, nuestros ojos verán lo que tantas veces hemos oído y seremos invitados a la “fiesta” de la plenitud de su obra, la fiesta de la que nos habla el profeta Isaías cuando nos dice “entonces vendré yo mismo a reunir a todos los pueblos y naciones, y vendrán y verán mi gloria”.
Y “cuando venga en la majestad de su gloria” seremos todos invitados a recibir “los bienes prometidos”, los bienes de su Reino, aquel “reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” del que nos hablaba el Prefacio de la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.
La esperanza es el crédito de la felicidad, es el préstamo que se nos da por adelantado para que podamos gozar hoy de aquello que nos ha sido prometido, de que aquello que tenemos la certeza que vamos a disfrutar, y en su certeza nos reconfortemos y fortalezcamos. Saborearlo en el espíritu es el regalo de cada Adviento.