En su carta apostólica sobre el Rosario, el Papa Juan Pablo II había relacionado la oración del Rosario con la llamada “oración de Jesús” nacida en el cristianismo oriental: “El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración propiamente meditativa y se corresponde de algún modo con la “oración del corazón”, u “oración de Jesús”, surgida sobre el “humus” del Oriente cristiano” (RVM, 5).
Esta relación entre la “oración de Jesús” típica de Oriente y el rezo del Rosario había sido estudiada, años antes del escrito pontificio, por Jean Lafrance, sacerdote francés discípulo del padre dominico M.D. Molinié en esta obra, El Rosario, un camino hacia la oración incesante, publicada originalmente en francés en 1987 y que va ya por la quinta edición castellana. La llamada “oración de Jesús”, recomendada por los Padres orientales, es una sencilla fórmula de súplica humilde a Cristo de forma repetitiva como medio para alcanzar la oración continua y cumplir así la petición paulina “orad constantemente” (1 Tes 5, 17). Jean Lafrance entiende la oración del Rosario como un método de oración suscitado por el Espíritu Santo en Occidente para conducir a los hombres, por medio de María, a ese estado de oración continua. En la obra se profundiza en la virtualidad que tiene la repetición de la fórmula del Avemaría para este efecto, como oración de súplica del cristiano por la mediación de María, y en el valor de la oración del Rosario como medio de penetrar en la sencillez y la riqueza de la vida contemplativa de la Madre de Dios.
El rezo del Rosario es el vehículo ordinario por el cual el alma expresa su devoción mariana: “Una persona me hizo un día esta confidencia; había experimentado una gran conversión con la experiencia sensible de la presencia actuante de María durante algún tiempo. Luego todo se había esfumado, pero permanecía en el fondo de su corazón un apego de fe a María, que se traducía en la recitación continua del Rosario. Le dije que no se inquietase, pues esa es la verdadera devoción a la Virgen” – Jean Lafrance.