

Cada vez son más frecuentes las campañas propagandísticas a favor de la eutanasia y el suicidio asistido, propiciando un debate que no se plantea como una cuestión médica sino más bien ideológica, con una profunda raíz antropológica.
Se trata de imponer una determinada concepción del ser humano –con una intención evidente de enfrentamiento a Dios Creador y Padre–, de sus relaciones familiares y sociales y de su libertad, que impide encontrar un sentido al sufrimiento, incapacita para encajar dicho padecimiento en el recorrido vital de las personas y tiene graves consecuencias en el modo de entender las relaciones sociales, la responsabilidad política y su repercusión en el ámbito sanitario.
Ante esta situación, la Conferencia Episcopal Española (CEE), a través de la Subcomisión para la Familia y Defensa de la vida, ha publicado recientemente un documento, titulado «Sembradores de esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de esta vida», en el que ha querido compartir con todos los hombres la mirada esperanzada que tiene la Iglesia sobre estos momentos que clausuran la etapa vital del hombre en la tierra.
«Con este documento –señalan los obispos españoles– pretendemos ayudar con sencillez a buscar el sentido del sufrimiento, acompañar y reconfortar al enfermo en la etapa última de su vida terrenal, llenar de esperanza el momento de la muerte, acoger y sostener a su familia y seres queridos e iluminar la tarea de los profesionales de la salud. El Señor ha venido para que tengamos vida en abundancia (cf. Jn 10, 10) y en Él hemos sido llamados a ser sembradores de esperanza, misioneros del Evangelio de la vida y promotores de la cultura de la vida y de la civilización del amor. (…) Quien sufre y se encuentra ante el final de esta vida necesita ser acompañado, protegido y ayudado a responder a las cuestiones fundamentales de la existencia, abordar con esperanza su situación, recibir los cuidados con competencia técnica y calidad humana, ser acompañado por su familia y seres queridos y recibir consuelo espiritual y la ayuda de Dios, fuente de amor y misericordia».
En el texto, estructurado en forma de preguntas y respuestas, la CEE aborda diferentes aspectos del actual debate social sobre la eutanasia, el suicidio asistido y la muerte digna, aclarando los conceptos de dignidad, salud, enfermedad, dolor, muerte, etc.
con la intención de iluminar el fundamento ético del cuidado de los enfermos. Y, ante la enfermedad terminal, los obispos proponen la práctica de una medicina paliativa que contemple La situación del final de la vida del enfermo desde una perspectiva profundamente humana, reconociendo su dignidad como persona en el marco del sufrimiento físico, psíquico, espiritual y social que el fin de la existencia humana lleva generalmente consigo; medicina paliativa que se opone tanto a la obstinación terapéutica como a la eutanasia y el suicidio asistido, ambos éticamente inaceptables.
En este sentido, el documento recuerda la constante Tradición de la Iglesia y de su Magisterio en señalar la dignidad y sacralidad de toda vida humana, así como la ilicitud de la eutanasia y el suicidio asistido: «La intención de eliminar la vida del enfermo, por propia iniciativa o la instancia de terceros, con el fin de que no sufra, poniendo los medios que la realizan, es siempre contraria a la ética: se elige un mal, es decir, suprimir la vida del paciente, que, como tal, siempre es un bien en sí misma.
(…) La ilicitud de la eutanasia o el suicidio asistido no radica únicamente en la muerte del enfermo al que se aplica. También radica en la decisión mala de quien la realiza o colabora en su realización. Al tratarse de un acto moral, conlleva la adquisición de una cualidad moral para la persona que actúa. (…)
La eutanasia daña al médico que la realiza y es un elemento más que refuerza la razón de su ilicitud.
Desde el punto de vista de los sentimientos, puede parecer que es una acción compasiva hacia sus pacientes (y los médicos deben ser compasivos). Sin embargo, la percepción del valor de la vida del paciente se ve oscurecida por su práctica, especialmente si es repetida, (…) [y] produce ofuscación de una auténtica sensibilidad ética».
Los obispos abordan también diferentes propuestas para fomentar una cultura del respeto a la dignidad humana y terminan –de forma intencionada para poner de manifiesto que las cuestiones suscitadas ante el final de esta vida, el drama de la eutanasia y el suicidio asistido son asuntos profundamente humanos que afectan a la dignidad y no se reducen únicamente una cuestión religiosa o para las personas que profesan la fe cristiana– haciendo referencia a la espléndida luminosidad que, 44 — para analizar esta cuestión y llevar a la práctica un cuidado digno de las personas enfermas en fase terminal, nos comunica la fe en Cristo, que ha vencido la muerte y nos ha dado una nueva vida; fe que –recuerda el documento– se ha manifestado a lo largo de la historia en los variados caminos y formas posibles de acompañar a los enfermos y a quienes sufren que han puesto por obra en la Iglesia las múltiples instituciones y congregaciones dedicadas a su cuidado, además de la respuesta generosa de los fieles han hecho suyas las palabras de Jesús: «Estuve enfermo y me visitasteis» y han ejercido la caridad a ejemplo del buen samaritano.