A raíz de la publicación del libro de aforismos El vaso medio lleno, de Enrique García-Máiquez, otro cultivador de este género, Alonso Pinto, glosa desde Revista Hispánica esta nueva obra del prolífico autor gaditano:
En los años que Enrique García-Máiquez lleva escribiendo artículos, poemas y aforismos, se ha llegado a crear en su escritura un fenómeno particular que puede apreciar cualquiera que se acerque a ella con atención. Al igual que hay directores de cine a los que les gusta salir en algún plano de la película que dirigen, o bien que salga alguno de sus hijos, así a Máiquez le gusta, o no puede evitar, que en el género en el que escribe aparezcan de fondo y fugazmente los otros géneros, como guiños hechos al lector asiduo.
Así, en sus artículos hay aforismos, en sus poemas hay artículos, y en sus aforismos hay poemas y artículos. Su último libro de aforismos, El vaso medio lleno, es una prueba de ello. Respetando el género, pero sin caer en el lecho de Procusto, los artículos, los poemas, las greguerías y hasta las reseñas críticas van entrando en escena sin acaparar protagonismo, pero contribuyendo a realzar la belleza del conjunto.
El aforismo ofrece a Enrique una oportunidad que no pueden ofrecerle los otros géneros, y es el de concentrar todas sus reflexiones sobre las cuestiones más diversas. Un sólo pensamiento lacónico para el que en otra ocasión debería escribir varias páginas, con el fin de precederlo con una entrada, presentarlo en un contexto y despedirlo con elegancia, aquí puede aparecer de improviso, súbitamente, sin necesidad de ceremonias ni elementos exógenos que lo justifiquen.
(…)
¿Cuántos libros de prosa tendría que haber escrito Enrique García-Máiquez para que nosotros pudiéramos extraer de ellos, a fuerza de subrayar los pasajes más bellos e interesantes, estos aforismos que nos entrega en ciento treinta y una páginas?
Para que podamos leer lo que ha escrito en el capítulo Los cuatro humores, en sólo dos páginas, puede que hubiera necesitado escribir todo un ensayo exponiendo su teoría sobre el humor. Lo que disfrutamos en tres páginas en el capítulo Güelfo blanco, puede que únicamente lo hubiéramos obtenido reuniendo todos los artículos que escribirá durante toda su vida acerca del pensamiento conservador y el reaccionario. ¿Y quién sabe si no tendría que haber escrito un tratado entero sobre crítica literaria para dar salida a lo que ha escrito en el capítulo Pauca pallabris, donde desfilan Dante, Cervantes o Shakespeare entre aforismos metaliterarios?
Pero en El vaso medio lleno, Máiquez no sólo nos ha dado lo mejor de lo que hubiera escrito en varios tomos de prosa; también varios libros de poemas que quizá nunca hubiera escrito han dejado aquí sus versos, salvados del olvido que hubiera podido suponer el abandono de un proyecto poético, y que gracias al aforismo, que permite fijar y publicar esos trazos, ha llegado hasta nosotros. «La belleza, sin velos, sólo es verdad», escribe Enrique. ¿Pero de qué libro de poemas nunca escrito ha rescatado este verso, y cuál hubiera sido su destino de no haber encontrado El vaso medio lleno? «Y de lo que me falta disfruto su deseo», escribe bajo el título de Plenitud. Este aforismo, sin duda, es el verso final de un poema, y poco importa que en realidad ese poema nunca haya sido escrito.
(…)
En este libro encuentra espacio para tergiversar refranes a nuestro favor, como cuando cambia el “piensa mal y acertarás” por el mucho más sabio «piensa más y acertarás», cuando titula No hay Dios sin tres las cuatro páginas donde nos regala sus reflexiones sobre la fe, o cuando escribe atinadamente que «el tiempo pesa volando».
También las greguerías van apareciendo intercaladamente, sin acaparar para sí la atención, sino de forma salteada, espontánea, como si se posaran sobre las páginas sólo para volver a saltar nuevamente, jugando a la comba con el libro. Así leemos: «El avión empequeñece el mundo; la bicicleta lo estira»; o: «para recoger respuestas, la hoz del signo de interrogación»; o: «la bicicleta, cuesta abajo, es una greguería; cuesta arriba, una máxima».
Pero sería equivocado creer que El vaso medio lleno es sólo el cajón de sastre de un escritor consumado, donde ha ido reuniendo las piezas que no encajaban en otros lugares. La mayoría de las veces, lo que el crítico literario quiere decir cuando señala la falta de unidad de una obra, es que esa obra no es monotemática. En el caso del libro de aforismos puede darse en algunos casos una falta real de unidad, resultando una reunión inconexa de pasajes, pero en la mayoría de las ocasiones esa falta de unidad es sólo aparente. Es un error guiarse por el criterio de unidad de una novela o un ensayo para juzgar la unidad de un libro de aforismos.
En éste, por la versatilidad que hemos señalado para admitir pensamientos, la unidad está casi siempre en un plano superior o el punto de referencia tomado de más lejos, de modo que esa unidad resulta de una convergencia mucho más elástica o, por decirlo así, periférica. En El vaso medio lleno la unidad no está supeditada a un tema concreto, sino que es el propio pensamiento de Enrique García-Máiquez la fuerza que atrae hacia un mismo centro las materias más alejadas entre sí. De esa forma, el escritor gaditano nos invita a conocer su universo, que ha reducido a pequeña escala para que pueda estar a nuestra disposición en un solo volumen.
El vaso medio lleno, vaso tanto más lleno cuanto más se derrama al brindar, nos muestra desde el mismo título el optimismo de su autor, optimismo selectivo, proyectado a través de la fe, que no tiene nada que ver con las filosofías que usurparon este nombre, sino más bien con su contexto original, que era el de definir la Teodicea de Leibniz, en la que el filósofo cristiano defendía que Dios ha creado el mejor o más óptimo de los mundos posibles, a pesar de las aparentes contradicciones con las que la presencia del mal parece contradecirlo.
Enrique es, pues, un optimista como Chesterton, y como él se permite criticar el optimismo cuando eso es lo más óptimo que se puede hacer. No puedo más que acabar esta reseña dando paso al autor, dejando caer aquí algunas limpias salpicaduras, por las que espero que el lector acuda sediento al lugar donde se contienen.
Los turistas que entran en la iglesia durante la celebración de una misa se azoran y tendrían que exultar. Es entrar en El Prado y que Velázquez esté dando los trazos definitivos a Las Meninas.
Consuela que la nobleza de espíritu consista en aspirar a ella.
El amor es tan hermoso que hasta el desamor –la huella de su paso- tiene su poesía.
A veces voy a la moda por lo mismo que un reloj parado da dos veces al día la hora exacta.
Pascal decía que «el yo es odioso», pero pensaba en el «yo» de Montaigne.
El pesimismo, sin rendirse, es mejor que el optimismo conformista.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.