Con Fabrice Hadjadj pasa un poco como con Chesterton. Ambos son seguidos por un grupo de entusiastas que devoran todo lo que se publica con su firma, ambos comparten también una ortodoxia que se presenta bajo ropajes muchas veces inesperados, con una mirada nueva que ve donde otros, instalados en la rutina y en las ideas hechas, permanecen ciegos. Es precisamente este enfoque diferente, fresco, genuino, que llega muchas veces a lo que ya sabías por caminos distintos, y enriquecedores, lo que los hace autores diferentes.
También es cierto que Chesterton y Hadjadj, aparte de escribir ambos obras de teatro, tienen en común una alergia al plan sistemático. Sus obras desesperan a mentalidades ingenieriles. Divagan, se van por las nubes, se pierden, no dejan pasar nunca la oportunidad de colocar una buena paradoja, un juego de palabras efectista, una imagen provocadora. A menudo el lector llega a olvidar de qué trata el capítulo: hay que rendirse, es Chesterton, es Hadjadj, dando rienda suelta a su imaginación. Se entiende que ambos tengan entusiastas lectores… pero también quienes tiran la toalla y huyan solo con oír sus nombres.
A mí toda la gloria es un libro para los primeros. Tres conferencias en torno a la gloria (qué es, la gloria en el cielo y la tierra, la gloria del resucitado) en las que Hadjadj habla de lo que quiere. Sí, hay algún vínculo con el tema, más o menos, pero aquí tenemos a un Hadjadj especialmente asistemático y juguetón. Desesperante para quienes esperan un tratado exhaustivo y ordenado; sugerente para sus fans. Estos últimos reconocen todos los defectos del autor, qué la vamos a hacer, pero dan por buenas las páginas embrolladas a cambio de las perlas que van encontrando. Porque perlas, haberlas, haylas.
Como cuando escribe que “la moral de un pueblo se mide por sus cantos. Mientras haya cantos épicos habrá héroes. Si no hay más que canciones sentimentales no podrá haber otra cosa más que chiquillas sensibles”. O “la gran aventura puede ser perfectamente un pretexto para huir del domicilio conyugal, esto es, para huir de una aventura más íntima”. O las muy oportunas consideraciones sobre la primacía de la autoconservación: “el verdadero problema está en esta concepción meramente utilitarista en la que todo se reduce a salvarse, a preservar el metabolismo a toda costa… la autoconservación no puede dar un sentido. Si la vida solo tiene como meta conservarse a sí misma, sólo puede encaminarse al suicidio”.
Fans de Hadjadj, aprovechad la oportunidad de leerlo en estas 150 páginas.