Esperanza Ruiz nos lo explica desde Libro sobre Libro:
El cardenal Nicholas Patrick Wiseman tuvo un sueño. Con motivo de la fundación de una Biblioteca Católica Popular intuyó la conveniencia de que ésta albergara narraciones de las distintas etapas de la Iglesia en el devenir de los tiempos. Él se haría cargo de la primera, naciendo de este modo Fabiola o la Iglesia de las catacumbas.
Así pues, no pretendió un tratado sobre la antigüedad clásica sino un retrato del modo de vida, vicisitudes y sentir de los primeros cristianos. Para ello tomó el Breviario Romano e introdujo en la escena el martirio de Cecilia -las Actas de los primeros mártires también fueron su fuente-, a la que luego llamaríamos santa; el de san Pancracio, san Sebastián, san Tarsicio y santa Inés, joven patricia que murió defendiendo su virginidad.
Fabiola es la joven hija de un rico procónsul romano que no encuentra la felicidad pese a poseer todo lo que el mundo ofrece. Sin embargo, detecta que su esclava Syra, su prima Inés o el soldado Sebastián tienen lo que ella anhela. Y acaban muriendo por ello. La conversión de la mayoría de los paganos que aparecen en la obra, incluido Fulvio, perseguidor de cristianos que llega a atentar contra la vida de Fabiola, cuyas riquezas pretender obtener, culmina el propósito revulsivo frente a nuestra fe lánguida, nuestras prácticas escuetas y nuestro titubeante credo.
Cuando escribió Fabiola, Wiseman era ya el primer cardenal arzobispo en la sede católica de Westminster en Londres. La belleza narrativa y descriptiva en Fabiola o la Iglesia de las catacumbas contrasta con la persecución cruenta; la fe de aquellos con la nuestra. El autor no pretende un tratado académico, y aún así, cartografía la época y las costumbres de los cristianos a las faldas del Quirinal.
La reedición de la novela de Wiseman, publicada por primera vez de manera anónima en 1854, parece más que oportuna en estos tiempos. No sólo es pertinente porque se trate de una obra que no merece ser relegada de las bibliotecas contemporáneas para dar paso a otras -seguro- menos edificantes. Es que debemos colocarla en un lugar preferente.