Con motivo del bicentenario del nacimiento del insigne “apóstol del Corazón de Jesús” padre Enrique Ramière (1821-1884), la revista Cristiandad, en su número 1074 (Enero de 2021), destaca una de sus obras más significativas: El Corazón de Jesús y la divinización del cristiano.
El Corazón de Jesús y la divinización del cristiano es uno de los principales escritos del Padre Ramière. El libro trata de investigar las causas y efectos de un misterioso proceso: la divinización, es decir, la eficaz influencia que el Corazón de Cristo ejerce en el corazón del cristiano. Ambos dos corazones están misteriosamente conectados como por una corriente continua de divinización. La obra trata de dar razón teológica a la profundidad espiritual de la devoción al Corazón de Jesús, según el encargo que el mismo Cristo confió a la Compañía de Jesús. Un munus suavisimum del cual, por otra parte, nos sentimos también partícipes en la revista Cristiandad. En palabras del P. Ramière: “La teología del Corazón de Jesús es la religión cristiana toda entera que, conducida al Corazón de Jesús como a su luminoso centro, se nos muestra en un aspecto mucho más atractivo” (p.269).
Estas palabras calzan admirablemente con la obra que presentamos, en ella se ponen en relación todos los misterios de la vida cristiana con el Corazón de Jesús. Pero esta ingente tarea se realiza paso por paso. En su primera parte el autor pone las premisas que justifican su tesis fundamental. El P. Orlandis “continuador de la obra del Padre Ramière” en sus Pensamientos y Ocurrencias la sintetizó así: “El Corazón de Jesús es el centro de toda vida cristiana y espiritual, por ser fuente y origen de todas las gracias y dones que Dios hace al hombre, de todos los beneficios que le otorga en orden a su santificación y divinización.” La segunda y tercera parte del libro tratan e investigan los medios generales y particulares a través de los cuales se lleva a cabo este milagro.
Fundamentos
En el momento de asentar las bases se propone un silogismo que funciona más o menos de la siguiente manera: Dios quiere que le demos gloria siendo divinizados, es decir, adoptándonos como hijos. Por otro lado, Dios quiere que le demos gloria por Jesucristo el Verbo encarnado, es decir incorporándonos a Cristo. Ergo, debemos conectar la divinización-adopción con la humanidad del Verbo, especialmente con el Corazón.
La cuestión tiene más miga de lo que parece a simple vista. El jesuita explica admirablemente cuál es el fin de la creación entera: la gloria de Dios. Dios crea libremente y no por necesidad alguna, sino como puro acto de generosidad y difusión del bien que es Él mismo. Todo el orden de la creación está destinado precisamente a reproducir esta bondad de Dios y en eso consiste precisamente su bien. Pero además hay un orden superior y sobrenatural aún más gratuito: entre todas las criaturas, las racionales (hombres y ángeles) están destinados por encima de su misma capacidad natural, a compartir la felicidad propia de Dios, es decir, a conocerle por su misma Luz (por su Verbo) y amarle con su mismo Amor (por su Espíritu). Esta glorificación sobrenatural del hombre tiene ya su adelanto en la tierra mediante la fe, esperanza, caridad. El cristiano vive ya la vida de Dios, conoce ya con el conocimiento divino por la fe, y ama desde ahora con un amor sobrenatural por la caridad. La gracia que se nos da a los cristianos en el camino hacia el cielo es en realidad el germen de la gloria a la que estamos destinados.
El proceso de divinización comienza con el acto de adopción. Según la naturaleza, nosotros tenemos para con Dios una relación de siervos, pero por la misericordia de Dios hemos sido elevados a la condición de hijos. El P. Ramière da mucha importancia al adecuado entendimiento de esta verdad. No se trata simplemente de una adopción como se da entre los hombres, en nuestro caso, Dios nos infunde su misma vida por la gracia. La gracia es el medio a través del cual se nos concede la misma vida divina. De alguna manera somos hijos adoptivos a la vez que hijos naturales, por nuestras “venas espirituales” corre la misma “sangre” que por las de Dios.
Ahora bien, esta corriente de divinización que Dios quiere darnos tiene en su plan una especie de generador central: Jesucristo. En efecto, Él es además el conducto perfecto, a la vez Dios y hombre: “para salvar la distancia que le separa del hombre puso un mediador, el Verbo encarnado, Jesucristo nuestro Señor en el cual están reunidas sin confundirse todas las perfecciones de la naturaleza humana y divina.” (pg.38) En Cristo el corazón de un hombre es el corazón del mismo Dios. Y por eso desde Él todos los corazones humanos pueden ser deificados. Esto añade una cualidad a nuestra adopción filial: por lo mismo que somos hijos de Dios somos también incorporados a Cristo, miembros de su cuerpo. Por esta comunión de naturaleza humana y de vida divina con Cristo se crea como un nuevo cuerpo, en el que Cristo es la cabeza de la humanidad divinizada. El autor hace sugestivas analogías con el cuerpo humano o los cuerpos sociales y el cuerpo místico de Cristo, esta doctrina paulina tiene una especial importancia a sus ojos.
Así pues, es patente que Dios quiere divinizarnos, y que quiere hacerlo por medio de Cristo. La cuestión ahora es ¿por qué centrarnos en el Corazón de Cristo? Por un profundo motivo: la divinización es una obra de amor. O mejor, la mayor obra del amor (como dice san Ignacio: “el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante”). Pero, a la vez, esta hazaña del Amor de Dios ha querido realizarse a través del amor de uno de los nuestros. El corazón en efecto es el símbolo natural del amor, en el Corazón de Jesús se simboliza a la vez el amor humano y el amor divino con el que nos ama Jesús. Tanto el fin de nuestra divinización como la centralidad de Cristo en la economía salvadora son obra del inmenso amor de Dios a los hombres. Por eso el Corazón del Hombre-Dios puede muy bien sintetizar este proyecto salvador. A partir de aquí toda la obra consiste en explicar cómo nos diviniza el Corazón de Cristo.
Medios generales
La segunda parte se dedica a contemplar los misterios de la Encarnación y Redención desde esta nueva luz que nos da haber encontrado el centro y síntesis de toda la religión en el amor humano y divino. El P. Ramière desarrolla una admirable cristología y soteriología a la luz del Corazón de Cristo, aunque explica más extensamente cómo esa salvación es infundida en nuestra vida cristiana a través de la gracia. Para él la gracia es el vínculo vital que une nuestros corazones al Corazón de Jesús, como si fuera “nuestra común sangre sobrenatural”
El autor insiste con razón en señalar que en la obra de la divinización hay algo creado y algo increado. La gracia es primeramente algo creado: la naturaleza divina participada reproduce en el alma del cristiano una cualidad, un hábito que inhiere en la esencia misma del alma y desde allí sana y eleva también sus facultades. También el alma humana de Cristo estuvo llena de gracia, no en vano estaba máximamente unida cerca al foco de la gracia que es Dios. Cristo por ser Dios es autor de la gracia que nos diviniza y siendo hombre, en la cruz, la ha merecido infinitamente para nosotros. San Juan nos dice que la humanidad de Cristo está “llena de gracia y de verdad” y san Pablo nos exhorta: “acerquémonos con confianza al trono de la gracia a fin de obtener de Él misericordia”. Sin duda ese trono es el Corazón de Jesús verdadera “fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna”.
Pero todos los teólogos coinciden en señalar también un elemento increado en la obra de la divinización. La gracia no simplemente transforma nuestra alma dándole características de las que carecía, sino que por ella se nos da el mismo Dios. El P. Ramière explica esta relación entre el Corazón de Jesús y el Espíritu Santo. En efecto, en él mora plenamente el divino Espíritu y por otro lado por Él se difunde hacia nosotros. También para el P. Orlandis la devoción al Espíritu Santo se confundía con la devoción al Corazón de Cristo.
Medios particulares
La tercera parte del libro conecta el Corazón de Jesús con todos los medios prácticos de nuestra divinización: sobre todo los sacramentos. Un precioso repaso de la teología del Bautismo y Confirmación, Penitencia y Unción, Orden y Matrimonio. Pero donde sobre todo se explaya la pluma del ilustre jesuita es en la descripción de las relaciones entre el Corazón de Jesús y la Eucaristía. Distintos capítulos la presentan como comunión, sacrificio, presencia, alimento o prenda de vida eterna. El sacramentum caritatis por excelencia hace presente de una manera especialísima el Corazón de Cristo en su Iglesia. De tal modo que podríamos decir ambas devociones se unifican profundamente.
No se olvida el P. Ramière de vincular la devoción al Corazón de Cristo con conceptos teológicos tales como la justificación, el mérito y la gracia actual. En el fondo su insistencia quiere hacer notar que en todo el proceso de divinización (ya sea pasando del pecado a la gracia, o en el aumento de gracia, y en cada acto sobrenatural) el Corazón de Jesús está continuamente obrando en nuestras almas, de tal manera que podemos decir que el Corazón de Jesús es el corazón del cristiano.
Como corolarios prácticos se concluye con que una verdadera y genuina práctica de la devoción al Corazón de Jesús es el medio más indicado y seguro para nuestra santificación. A mi modo de ver, no es otra la idea que la piedad popular condensó en aquella jaculatoria: “Corazón de Jesús, haced nuestro corazón semejante al Vuestro”.
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