El último libro de Fabrice Hadjadj en realidad no es un libro suyo: Qué es la verdad recoge el debate entre Fabrice Hadjadj y el pensador budista Fabrice Midal.
Enrique García-Máiquez nos ofrece su visión de este singular texto en El Debate de hoy:
“El volumen transcribe la celebración de una disputatio al estilo medieval entre el ya mentado Fabrice Hadjadj y Fabrice Midal, experto francés en budismo, celebrada en 2010 en la ciudad de Ruán y organizada por la asociación Disputatio y el Centro Teológico Universitario, durante las Fiestas Juana de Arco, nada menos. A los hadjadjadianos quizá nos fastidie a bote pronto ese protagonismo compartido con el tal Midal y con los moderadores del debate. Sin embargo, Hadjadj también es un Hadjadj con todas sus jotas y haches aspiradas cuando escucha y cuando interroga. Y así nos da la primera lección: la verdad es tan grande que nadie la abarca del todo. Hay que buscarla con (en, entre, bajo, alrededor de) los demás.
Eso exige sacrificios en el tono: en estas páginas encontraremos a un Fabrice menos febril, más comedido en sus habituales juegos de palabras (aunque los tiene jubilosos) y menos suelto en sus exuberantes digresiones. Escuchar –nos dice sin palabras, escuchando– exige mucha entrega de uno mismo. Se le nota que ha clamado el mismo miserere que él proclama necesario: «A menudo, filósofos y teólogos deberíamos entonar este Miserere: “¡Señor, perdónanos por haber hablado de ti como de una abstracción! Haz que en mi boca no se oiga una dialéctica, sino un diálogo. Haz que no dé solo la impresión de un profesor, sino también la de un enamorado”».
Philippe Maheut, vicario general de la Diócesis de Ruán, advierte oportunamente en las palabras preliminares: «La verdad se obtiene en los rostros concretos que se miran y a través de voces que se escuchan. Es precisamente eso en lo que consiste una disputatio, que reúne cara a cara a dos protagonistas que no pueden avanzar juntos sino a costa de la mirada y de la escucha. Más incluso que ser un medio pedagógico debido al genio de la Edad Media, la disputatio es un camino a la verdad porque pone cara a cara rostros y voces».
Pondera Hadjadj esta importancia con una de sus frases rotundas y memorables: «La voz es la palabra hecha carne y la expresión de una persona». Más adelante, se hace y nos hace una advertencia que estas páginas no perderán jamás de vista: «Si la respuesta a la pregunta nos llevara a un sistema universal que anulara las singularidades, si la verdad correspondiera a una gran inteligibilidad anónima que aboliera la consistencia de las personas, estaría falseada desde el origen».
[…]El drama gira en torno a las personas y va de los propios intervinientes al ejemplo central de Jesús, que expone el excelente glosador bíblico —casi un jasídico— que siempre ha sido Hadjadj. Cuando Pilato pregunta a Jesús: «¿Qué es la verdad?», solo está interesado en las relaciones de poder. Por eso el elocuente silencio de la respuesta, una advertencia a todos los que pretendamos disertar sobre la verdad.
Pero sí hay una respuesta, como añade Hadjadj. O dos: «Dicen nuestros catequistas moralizantes: “Escucha lo que te dice Jesús y estarás en la verdad”. Pero Jesús dice lo inverso: “Quienquiera que pertenece a la verdad escucha mi voz”». La segunda observación de Hadjadj es aún más deslumbrante. A la pregunta de Pilato «¿Qué es la verdad?», responde… ¡el propio Pilato!: «He aquí el hombre». Hadjadj lo subraya: «Todo se decide ahí, en el paso de una pregunta abstracta a una presencia concreta, en convertir una solución teórica en una llamada de carne y sangre».
Este libro no sería tan redondo como vengo avisando si de este punto álgido no se volviese a la ordinaria noria de intervenciones de la mesa redonda de dos intelectuales. A fin de cuentas, las dos respuestas de Jesús implican dejar la responsabilidad al hombre de aquí, para que escuche (más que diga) la verdad. El problema del yo, tan acuciante en un diálogo con un budista y, para más inri, entre franceses —los franceses, desde Pascal y su «El yo es odioso», están condenados a discutirlo— encuentra en este libro una original solución.
Hadjadj lo encara con otro bellísimo comentario bíblico-filológico: «La noción de ese “no yo” [del budismo] es problemática en sí misma, sobre todo cuando es una persona, un yo, quien la proclama. […] Cuando Cristo dice quién es, dice “Ego sum”. En cambio, [san Pedro en su negación] no responde que “no formaba parte” o “yo no pertenezco”, como se lee en algunas traducciones, sino literalmente, siguiendo una forma griega y latina, “No soy” (Non sum). […] Se podría decir, apoyándonos en un recurso propio del francés, que el “Je suis” (“soy”) del verbo “être”, “ser”, implica siempre también el “Je suis” (“sigo”) del verbo “suivre”, “seguir”. […]».
El antropólogo René Girard habría recibido alborozado este feliz hallazgo de Hadjadj, que tan bien concuerda con su advertencia de que el ser humano solo puede ser él mismo (ser su yo) imitando a Cristo. No solo para ser, sino para seguir. Apuntan tanto los místicos santa Teresa de Jesús y el maestro Eckhart como el filósofo judío Martin Buber que el yo tiene que estar abierto de vuelta al tú más concreto. El prójimo es el catalizador del yo.
[…]Este libro responde a su pregunta. No se queda en el «qué» ni habla tanto de la verdad como la escucha, y avanza, mano a mano, hacia un Quién que devuelve su pregunta a cada uno. Somos invitados a una búsqueda, a un diálogo, a un reconocimiento y a un reconocer al prójimo. A un drama personae apasionante, en verdad.”
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