Siguen apareciendo reseñas que nos avisan de que vale la pena leer el libro de Nicolás Diat, Tiempo de morir. Los últimos días de la vida de los monjes. Ahora es José Francisco Serrano Oceja quien, desde Religión Confidencial, nos recomienda este libro que, afirma, nos acerca un poco más al sentido cristiano de la muerte y de la vida:
Lo primero que pensé al leer este sorprendente libro es que ahora se predica poco sobre los Novísimos. Muerte, juicio, infierno y gloria, ten cristiano en tu memoria. No digo que, en la Iglesia, se esté hablando todo el día de la muerte, del juicio, particular y universal, del infierno, de la gloria. Digo que hace mucho que no oigo una homilía sobre estas realidades de ultimidad, sobre cómo debe afrontar un cristiano ese momento de tránsito.
Y en esas estamos cuando apareció la pandemia, que hizo protagonista a la muerte. Pero, ¿de qué forma? Inicialmente se quiso ocultar –pocas imágenes de féretros hemos visto-. Ante la evidencia, la muerte no se ha hecho presente en el escenario público y menos todavía ha brotado una reflexión sobre el sentido de la muerte que, como queda claro en este libro, está íntimamente ligado al sentido de la vida.
La muerte ya no es un tema existencial
La muerte ha pasado a ser un tema tecnologizado, un tema médico, y no un tema existencial o religioso. Una cuestión privada, de cada cual. La muerte se ha convertido no en una presencia –no se ha podido asistir a la muerte de los seres queridos-, sino una ausencia y, como dice el refrán, corazón que no ve…
De ahí que este libro sea particularmente oportuno en este momento, aunque, según todos los datos, ni cuando se preparó, ni cuando se produjeron las cientos de entrevistas sobre las que se articula, la pandemia se atisbaba.
Prólogo del cardenal Robert Sarah
Nicolas Diat, nuestro autor, es un periodista y editor francés que quizá es más conocido por sus libros entrevista al cardenal Robert Sarah. Prelado, por cierto, que escribe un breve pero atinado prólogo.
Dice el cardenal Sarah que “la lectura deTiempo de morir nos permite comprender mejor que la muerte es el acto más importante de nuestra existencia terrenal. La vida entera está hecha para creer, para avanzar, para fundirse en la Vida, con Dios”.
Una nota curiosa. En 1995 Francois Mitterrand escribía para el prólogo del libro de Marie de Hennezel, La muerte íntima, lo siguiente: “Nunca en el pasado las relaciones con la muerte han sido tan pobres como en estos tiempos de sequía espiritual en que los hombres, apremiados por existir, parecen eludir el misterio. Ignoran que, de este modo, privan al gusto por la vida de una de sus fuentes esenciales”.
Relación entre la forma de vivir y de morir
La cuestión radica en que existe una relación entre la forma de vivir y la forma de morir. Bueno, con matices. Porque esa relación no es automática, no está condicionada definitivamente, dado que la libertad de la persona, su naturaleza psicológica, puede dar más de una sorpresa en los últimos momentos de la vida.
¿Cómo ha enfocado esta pedagogía cristiana de la muerte Nicolas Diat? Pues de una manera original. Se ha ido a las abadías y monasterio de los benedictinos de En-Calcat, de Solesmes y de Fontgombault, a los trapenses de Sept-Fons, a los cistercienses de Citeaux, a los canónigos de Lagrasse, a los premonstratenses de Mondaye y a los eremitas de la Grande-Chartreuse y les ha preguntado por las experiencias últimas, o pasadas, de las muertes de los miembros de esas comunidades.
De esta forma el libro, sobre todo por lo que declaran no pocos de los protagonistas, se convierte en un texto sobre lo esencial de la vida espiritual del cristiano. La vida llega siempre entre lloros y gemidos; la muerte, en silencio.
Vida y muerte monástica
El libro engancha, no solo porque plantee cuestiones como la relación entre muerte y medicina, muerte y deshumanización, muerte y cuidados, sino porque la vida, y la muerte, monástica sigue siendo un gran interrogante para no pocos cristianos y para no pocos de nuestros coetáneos.
Pero tengo que advertir que en estas páginas no se esconde nada sobre el final de las vidas de los monjes. Lo mismo nos encontramos, los más, la generalidad, descripciones de instantes últimos de personas que están ancladas en la santidad, como también nos topamos con el misterio del hombre, con el problema de las enfermedades mentales, o con el misterio del mal. La historia del suicidio del hermano Irenée, en el monasterio de En-Calcat, es estremecedora.
Y lo dejo aquí, porque merece, con mucho, la pena leer este libro para acercarnos, un poco más, al sentido cristiano de la muerte, y de la vida. Como declararía Dom Patrick Olive, padre Abad de la abadía de Sept-Fons, “a los monjes Dios no les ahorra ni enfermedades ni sufrimientos. La fortaleza con que hemos de pasar las pruebas hunde sus raíces en nuestra fe”.