

Cristiandad ha dedicado el número de agosto-septiembre a analizar las leyes que se han sucedido en España desde la aprobación de la ley del aborto hace ya 40 años. Leyes de educación, ley del divorcio, leyes para despenalizar el aborto, ley del menor, ley trans, ley de memoria histórica y ley de memoria democrática… Todas ellas tienen un mismo propósito; hacer desaparecer del horizonte del pensamiento y de la vida cotidiana la huella del Creador.
Reproducimos la razón del número para que se anime a suscribirse a esta revista que da una profunda visión del tiempo en que vivimos y constantemente propone el remedio individual y social para que el hombre de hoy se encuentre a si mismo y descubra el fin para el que ha sido creado.
Desde la Revolución Francesa el proceso secularizador que han sufrido los países de tradición cristiana, es decir, de aquellos territorios que habían formado parte de la Cristiandad medieval, ha tenido como uno de sus principales y eficaces instrumentos las leyes de los nuevos estados que estaban inspirados en su labor de gobierno por las ideologías que desde el siglo XVII encontramos en los tratados de filosofía política de autores como Hobbes y Spinoza. Como ya comentaba Aristóteles la leyes tienen un carácter pedágogico y por ello mismo con la capacidad de originar costumbres que den lugar a unos nuevos códigos morales. Si las leyes van dirigidas al bien de la comunidad pueden lograr que rectos principios morales arraiguen en la vida de los miembros de la comunidad, pero en el caso contrario sus efectos son gravemente funestos no sólo para la paz y bienestar de la comunidad sino también para la vida moral y religiosa de todos aquellos que están obligados a cumplirlas. Esta situación está calificada por los clásicos como característica de un gobierno tiránico.
En España desde la llamada Transición y bajo las apariencias de una nueva situación política propia de un Estado de derecho que permite vivir con mayor libertad y justicia, se han ido promulgando leyes que de una forma progresiva, inicialmente con cierta lentitud, pero cada vez con mayor intensidad y celeridad han sido y son profundamente descristianizadoras. Empezamos con la ley del divorcio, continuamos con una ley restrictiva del aborto y hemos terminado con las actuales leyes en las que desaparece legalmente el matrimonio indisoluble como raíz y fundamento natural de la familia, vivimos con una desprotección absoluta de la vida de los más débiles, es decir, de los aún no nacidos y de los enfermos y de los ancianos, pasando por el intento de hacer olvidar las características originarias del ser humano, como hombre y mujer. Todo ello tiene un objetivo: hacer desaparecer del horizonte del pensamiento y de la vida cotidiana la huella del Dios Creador, sustituyéndolo por la evolución de la naturaleza, por el azar o por la voluntad humana, y vivir así bajo la férrea batuta del actual Leviatán.
Cristiandad, al dedicar las páginas de este número a comentar estas leyes inicuas quiere animar, en un corto plazo, a que resistamos legítimamente a estas leyes, para que en un tiempo no lejano puedan ser derogadas y sustituidas por leyes justas, reconocedoras del orden natural que Dios ha dispuesto para el bien de los hombres en su creación.