Rod Dreher ha estado en España (Madrid, Valencia y Barcelona) presentando su último libro, Vivir sin mentiras, Manual para la disidencia cristiana. Esto es lo que Rod Dreher nos ha explicado:
“Hace unos años, empecé a oír cosas inquietantes de gente que había inmigrado a América desde países comunistas del Bloque Soviético. Me dijeron que las cosas que estaban viendo en América les recordaban a aquello de lo que habían escapado en Europa.
Esto me sonaba alarmista. Nosotros no tenemos policía secreta y gulags. Seguro que están exagerando.
Pero cuanto más lo pensaba, más me daba cuenta de que tenían razón, que estos inmigrantes podían ver algo sobre la vida americana que los demás no podíamos ver.
¿Qué provocó su alarma? El hecho de que una ideología poderosa se esté apoderando de la vida americana, especialmente dentro de sus instituciones: escuelas y universidades, medios de información y entretenimiento, corporaciones, leyes, medicina, deportes, etc. Esta ideología es denominada como “política de identidad,” también como “justicia social crítica,” y en otras ocasiones simplemente como “cultura ‘woke’” (despierta), una palabra que significa que aquellos que aceptan esta ideología están despiertos, mientras que los demás dormimos en la ignorancia.
Esta ideología divide el mundo en buenos y malos en función de la raza. Implica en ella lo que se conoce en Europa como “ideología de género.” Si cogéis el marxismo-leninismo y sustituís “clase” por “raza y género” podréis captar de manera bastante certera lo que significa la ideología “woke”.
Los emigrados de países comunistas ven a gente en mi país que está perdiendo sus trabajos porque no están de acuerdo con algún aspecto de la ideología “woke”. Ven a gente que está perdiendo sus negocios. Ven a estudiantes y otras personas intimidados en silencio y conformidad. Ven que la historia está siendo reescrita para demonizar el pasado y servir a la ideología. Ven a los medios haciendo constantemente propaganda de la ideología “woke”. Ven que la libertad de expresión y de religión está siendo destruida. Ven que todos los aspectos de la vida están siendo politizados.
Ellos ven esto, y saben lo que están viendo: totalitarismo. Pero, cuando intentan avisarnos, ningún americano los cree.
¿Por qué no? Parte de la respuesta es que nuestra idea de totalitarismo viene de la era soviética. Si no tenemos estalinismo, o gulags, o tortura, o policía secreta, no vemos totalitarismo. Pero las personas que vivieron el comunismo saben que la definición de totalitarismo es más sutil que eso.
Estrictamente hablando, un estado totalitario es uno en el cual una única ideología política y sus partidarios tienen todo el poder político, y así todo en la vida está politizado. Los estados totalitarios no quieren vuestra obediencia. Quieren vuestra mente y vuestra alma.
En el siglo XX hubo dos grandes novelas distópicas anglosajonas: 1984 de George Orwell, y Un Mundo Feliz de Aldous Huxley. Dado que la Unión Soviética fue como el estado policial ficticio de Orwell, y dado que Orwell era mejor escritor, fue Orwell quien definió el totalitarismo para nosotros.
Orwell imaginó un estado totalitario en el cual el Hermano Mayor imponía la conformidad infligiendo dolor y terror. Eso es lo más duro que se puede volver el totalitarismo. En cambio, Huxley imaginó un estado totalitario en el que los llamados Controladores del Mundo gestionaban la conformidad, manteniendo a todo el mundo entretenido y enganchados a las drogas, el porno y el sexo. El estado huxleyiano quiere eliminar el dolor, el aburrimiento y la tristeza. Mustapha Mond, el Controlador del Mundo para Europa, lo llama “cristianismo sin lágrimas”.
Yo sostengo que en nuestra sociedad estamos enfrentándonos, no al totalitarismo duro de Orwell, sino al totalitarismo suave de Huxley. Puede que no te vayan a enviar a un gulag por oponerte a la ideología de género, pero corres el riesgo de perder tu trabajo, de perder tu capacidad de proteger a tus hijos de dicha ideología en las escuelas y convertirte finalmente en un marginado social. Esto es el final del viejo liberalismo. Esto es el totalitarismo suave.
Lo llamo también “suave” porque, aquellos que lo defienden, dicen que lo hacen para tener compasión por las víctimas y la gente marginada. Este es un buen impulso, incluso un impulso cristiano. Pero estos comisarios “woke” lo han convertido en un valor absoluto, y están convirtiendo nuestras democracias liberales en sociedades totalitarias suaves a través de la compasión engañosa. Estamos viendo en estos momentos una generación de americanos que se preparan para ver cómo les quitan la libertad de religión, de expresión y otras libertades políticas importantes, para crear a cambio una sociedad segura y firmemente gestionada donde nadie se tenga que sentir ansioso o triste.
Mientras investigaba estas afirmaciones de que Occidente se estaba dirigiendo hacia una forma de totalitarismo, leí uno de los libros más importantes en el campo de los estudios totalitaristas, el libro de Hannah Arendt, de 1951, “Los Orígenes del Totalitarismo.” La gran académica de la teoría política examina en él la forma en la que tanto Alemania como Rusia se rindieron al totalitarismo. Descubrió que las sociedades pre-totalitarias tienen muchas características en común.
La más importante de todas es la soledad y atomización social. Los movimientos totalitarios, dijo Arendt, son “organizaciones masivas de individuos aislados y atomizados.”
Y a continuación dijo: “Lo que prepara a los hombres para el dominio totalitario en el mundo no totalitario es el hecho de que la soledad, que solía ser una experiencia extrema, normalmente sufrida en ciertas condiciones sociales marginales como la edad avanzada, se ha convertido en una experiencia diaria de masas cada vez más grandes en nuestro siglo.”
Escribió esas palabras a principios de los años 50. Las cosas han empeorado mucho desde entonces. En mi país, una encuesta reciente señalaba que el 61% de americanos se consideran gente que vive aislada. Los americanos jóvenes son mucho más solitarios que los viejos: casi el 80% de los americanos que están en la década de los veinte se describen como solitarios. Como era de esperar, esta es también la generación “woke” más militante.
Otra señal de pre-totalitarismo es la pérdida de la fe en las jerarquías y las instituciones. La soledad es políticamente significativa porque deja a las masas hambrientas de un sentido de comunidad. En una sociedad sana, un individuo podía encontrar compañerismo y objetivos comunes a través de las instituciones de la sociedad civil: partidos políticos, iglesias, clubs cívicos, clubs de deportes, etc.
No sé cómo es en España, pero en Estados Unidos los americanos han estado abandonando de forma continuada y progresiva estos grupos sociales e instituciones civiles desde los años 60. Mientras tanto, la confianza en las instituciones básicas – políticas, de medios de comunicación, religiosas, legales, médicas, etc.– está en niveles dramáticamente bajos.
Otra señal pre-totalitaria importante es la aceptación de la transgresividad. Tanto en la Rusia pre-Bolchevique como en la Alemania pre-Nazi, las élites se deleitaban realizando actos de rebelión que se burlaban de tradiciones y estándares, morales y de otros tipos. Se sumergieron en mezquindad y lo llamaron liberación. También se deleitaron en tumbar instituciones y prácticas establecidas para agradar a los forasteros.
Hannah Arendt escribió sobre esos días: “Los miembros de la élite no se opusieron en absoluto a pagar un precio, la destrucción de la civilización, por la diversión de ver cómo esos a los que se había excluido injustamente en el pasado forzaban su inclusión.” Sus palabras son aplicables como una inquietante premonición al levantamiento en los campus universitarios de hoy en día, dentro de los medios de comunicación, y en la élite cultural en general. En mi país, a donde quiera que mires, verás que las élites están colapsando frente a las exigencias radicales de los jóvenes.
Cuanto más miras de cerca a la ideología “woke”, más ves que en realidad no es un movimiento político. Sería más como un pseudo-religión de izquierdas. Al igual que los totalitarismos del siglo XX, sirve para rellenar el agujero que deja Dios en los corazones humanos, yendo al encuentro de las necesidades sociales y psicológicas que anteriormente eran respondidas por el cristianismo. Los “woke” son una comunidad moral cimentada en torno a la ideología. Tienen creencias fundamentales que no pueden ser cuestionadas, solo aceptadas. Esas creencias dan significado y dirección a sus vidas y proporcionan un sentido de misión compartida.
Es importante que nos demos cuenta de la naturaleza religiosa de la ideología “woke” – y no solo de su naturaleza religiosa, sino también de su esencia religiosamente fundamentalista—. No puedes dialogar con ella. Los “woke” no solo piensan que los disidentes están equivocados, creen que los disidentes son maléficos. También debemos entender que, para aquellas instituciones cristianas bien intencionadas que aceptan esta ideología por el bien de la tolerancia, el resultado será igual que tomarse un veneno. Destruirá cualquier institución que la acepte.
Si son los emigrados del Bloque Soviético nos están avisando sobre la marea ascendiente del totalitarismo, serán igualmente aquellos que se mantuvieron firmes antes el comunismo y se resistieron a él quienes nos puedan aconsejar sobre cómo luchar ahora y en el futuro. Hay algunas lecciones claras que podemos aprender y aplicar hoy en día.
Primero, debemos comprometernos a vivir la verdad. Aleksandr Solzhenitsyn, el más famoso disidente anticomunista, dijo a sus seguidores: “¡No viváis en la mentira!” Incluso gente políticamente impotente, explicó, podía negarse a decir, escribir, afirmar, o distribuir todo lo que distorsione la verdad. Podían negarse a participar en protestas o a apoyar a una causa, a menos que verdaderamente creyeran en ella. No habrán de participar en una reunión en la que no fuera posible decir la verdad.
Si hoy en día alguien te dice que tienes que demostrar tu buena fe firmando esto o estando públicamente de acuerdo con aquello, aun cuando no creas en ello, entonces no tienes otra opción que negarte. Tu propia integridad está en juego.
Resulta más sencillo fingir que estamos de acuerdo con las mentiras que la ideología “woke” nos obliga a afirmar –por ejemplo, que un hombre se puede convertir en mujer—. Nos convencemos de que, si nos mantenemos en silencio para evitar problemas, estaremos bien. Si hacemos eso, nos estamos mintiendo a nosotros mismos y destruyendo nuestras propias almas. Hoy en día en América, la izquierda “woke” tiene este eslogan: “Silencio es violencia”. Esto significa que, si te niegas a hablar en favor de la ideología “woke”, entonces eres culpable de cometer violencia contra las sagradas víctimas. Al final, no serás capaz de esconderte. Tendrás que ponerte del lado de la verdad o del lado de las mentiras.
En segundo lugar, debemos aceptar la carga de sufrir por la verdad. Así es como demostramos de qué estamos hechos. El nuevo totalitarismo suave está atrapando en sus garras a gente –especialmente en la generación más joven– a la que le horroriza la incomodidad, y más aún el sufrimiento. Les inquieta tener que enfrentarse a pensamientos o expresiones que les molestan.
¿Cómo gente que ni siquiera puede soportar el desacuerdo va a poder soportar el sufrimiento real por el bien de la verdad? No pueden, y no lo harán. De hecho, ellos mismos impondrán felizmente ese sufrimiento a los demás para crear lo que llaman un “lugar seguro.” Y puede que lo logren, porque en este mundo se ve frecuentemente a gente a cargo de instituciones que están ansiosos por tirar disidentes a los lobos para apaciguar a la muchedumbre progresista. Debes estar listo para resistirte a ellos, cueste lo que cueste.
El disidente checo Vaclav Havel creó la parábola del vendedor de verduras que se negó a colgar una pancarta que ponía “Trabajadores del mundo, uníos” en la ventana de su tienda. Esto lo mete en problemas. Pierde su negocio. Pierde privilegios y estatus. Su familia se convierte en paria.
Pero el vendedor de verduras ha logrado una gran victoria moral. Ha demostrado que es posible vivir en la verdad –alzarse por nuestras convicciones y negarse a conformarse—. Esto puede, con el tiempo, desestabilizar la tiranía.
Havel escribió: “Ha demostrado a cada uno que es posible vivir en la verdad. La «vida en la mentira» sólo puede funcionar como pilar del sistema si está caracterizada por la universalidad, debe abarcarlo todo, infiltrarse en todo”;
El sufrimiento, me dijeron los disidentes, es más tolerable cuando se basa en la convicción religiosa o algún otro ideal transcendente. Los cristianos americanos tienen que descartar el estilo de cristianismo débil y aguado de “Jesús es mi mejor amigo.” Tenemos que redescubrir la fe recia de los mártires y confesores, una fe que es lo suficientemente fuerte como para soportar el sufrimiento como precio a pagar por el discipulado. Nada más nos salvará de lo que está por venir.
En tercer lugar, debemos construir solidaridad dentro de pequeños grupos. En Bratislava, la capital eslovaca, en una cámara subterránea accesible solamente por un túnel de un sótano, el historiador Jan Smulcik me contó cómo la iglesia subterránea eslovaca fabricaba el samizdat allí. En su época de estudiante universitario en los años 80, Simulcik era parte de una célula secreta que distribuía esa literatura católica que se imprimía allí. Me dijo que aprendió a ser libre en el marco del compañerismo entre los jóvenes en su célula católica.
“La gente solo podía sentirse libre en comunidades pequeñas,” dijo. En la entrega de los unos a los otros, y a las causas de la fe y la libertad, los jóvenes gradualmente superaron su miedo al totalitarismo. Simulcik nos contó que “nos ayudábamos los unos a los otros a desarrollar gradualmente el coraje de hacer cosas cada vez más grandes.”
Debemos hacer lo mismo, ¡comenzando en este instante!
En cuarto lugar, frente al totalitarismo suave, los posibles disidentes deben cultivar la memoria cultural. Es decir, deben sumergirse ellos mismos, sus familias y su grupo cercano en el estudio de la historia, el arte, la religión y todas las cosas distintivas de nuestra cultura. Los movimientos totalitarios siempre tratan de borrar la historia y la cultura de un pueblo de la memoria colectiva, porque así son más fáciles de manipular. No les dejéis.
Meses antes de su muerte por cáncer el año pasado, en una entrevista que tuve con él, Sir Roger Scruton reflexionaba sobre el papel decisivo que tuvieron los seminarios privados, hechos en casas de disidentes, para mantener viva la memoria cultural frente a la aniquilación comunista. Estas reuniones no eras meras charlas informales de académicos para mantener a las audiencias entretenidas en el tedio del totalitarismo. Eran formas de supervivencia cultural.
Sir Roger me dijo que los checos “estaban decididos a aferrarse a su herencia cultural porque pensaban que contenía la verdad, no solo sobre su historia, sino también sobre su alma, sobre quiénes son en su esencia. Eso era lo que los comunistas no podían quitarles.”
Esto es algo que nosotros en Occidente estamos perdiendo –y no solo por culpa de escuelas y universidades “woke”—. El profesor húngaro Tamas Salyi lamenta que las generaciones que se desarrollaron después de la caída del comunismo hayan caído en el abismo del hedonismo y consumismo occidental.
Me dijo que “lo que ni el nazismo ni el comunismo pudieron hacer, el capitalismo liberal victorioso lo ha hecho.” Quiso decir que su propia gente ha olvidado quién es y por qué deberían preocuparse. Se ven a ellos mismos nada más que como individuos atomizados cuyo objetivo en la vida es hacerse ricos y divertirse.
Finalmente, una lección común a los testimonios de muchos disidentes es este escueto aviso a las democracias occidentales: también puede pasar en vuestros países.
Solzhenitsyn escribió: “Siempre está la creencia falaz de que: «aquí no podría pasar lo mismo; aquí es imposible que pasen esas cosas». Ay, el mal del siglo veinte se puede dar en cualquier sitio de la tierra.”
Una profesora universitaria nacida en un país Soviético y que da clase en el Medio Oeste americano me dijo: “Uno no puede anticipar de qué le van a acusar mañana.” Le apena la vista de sus estudiantes del Medio Oeste –dice que son “buenos chicos, ¡criados en los campos de maíz!”– profesando abiertamente el comunismo y aceptando, en nombre de la justicia social, una cultura que castiga la heterodoxia y silencia la disidencia.
Ella me dijo: “No tienes idea de qué cosa completamente normal que haces o dices hoy van a usar en tu contra para destruirte. Esto es lo que se vivió en la Unión Soviética. Sabemos cómo funciona esto.”
Lo saben. Y nos están avisando a todos en Occidente hoy en día. ¿Tenemos oídos para escuchar?
Dediqué Vivir sin Mentiras a la memoria de padre Tomislav Kolakovic, un cura católico croata. En 1943, mientras estaba en su Zagreb nativo, haciendo trabajo de resistencia anti-Nazi, recibió un aviso de que los alemanes lo iban a arrestar, así que huyó del país y se escondió en Eslovaquia, el país de su madre. Empezó a enseñar en la Universidad Católica de Bratislava.
El padre Kolakovic les dijo a sus alumnos que tenía buenas noticias y malas noticias. Las buenas noticias eran que los alemanes iban a perder la guerra. Las malas noticias eran que los soviéticos iban a gobernar su país cuando se acabara, y que la primera cosa que iban a hacer sería perseguir a la Iglesia. El cura dijo que los católicos eslovacos tenían que preparase para ello.
Organizó pequeños grupos de fieles católicos por todo el país. Se juntarían para rezar y estudiar lo que estaba ocurriendo en su sociedad. Discutieron qué necesitaban hacer para prepararse para la inminente persecución. Organizaron redes y se enseñaron a ellos mismos el arte de la vida subterránea.
Los obispos católicos eslovacos reprendieron a Kolakovic. Le dijeron que era un alarmista y que estaba asustando a la gente innecesariamente. Nunca pasará aquí, le dijeron. Pero el padre Kolakovic no les escuchó. Él comprendía la naturaleza de los comunistas y del comunismo mejor que los obispos.
En 1948, cuando el Telón de Acero cayó sobre su país, la primera cosa que hicieron los comunistas fue perseguir a la Iglesia –exactamente como predijo el padre Kolakovic—. La red de fieles católicos que había establecido se convirtió en la columna vertebral de la iglesia subterránea y en la única oposición significativa al totalitarismo comunista durante los siguientes cuarenta años.
Amigos míos, nosotros en Occidente estamos hoy en día en un momento Kolakovic. Debemos usar la libertad que Dios nos ha dado para luchar contra este totalitarismo suave, pero también para prepararnos para la persecución. Debemos aprender a ser resistentes ante el sufrimiento y a resistir las mentiras del poder en nombre de la verdad. Nuestros hermanos y hermanas en el antiguo Bloque Soviético están intentando avisarnos, y en las páginas de mi libro, intentan decirnos cómo podemos prepararnos para lo que está por venir ¿Tenemos la humildad de escucharlos?”