En el número 1071 de la revista Cristiandad (Octubre de 2020), dedicada a la Iglesia mártir frente al comunismo, la colaboradora María Soley Alsina publica “Los mártires de Albania: testimonio de fortaleza en tiempos de persecución”:
La historia de Albania destaca por ser sumamente convulsa. Tras la larga ocupación islámica en el siglo XV y una breve independencia de 1912 a 1913, se convirtió en campo de batalla de las potencias europeas en la Primera Guerra Mundial y en 1939 fue ocupada por Italia. En 1944 el líder comunista Enver Hoxha tomó el control de Albania y su régimen comunista no cayó hasta 1992.
Estamos pues ante un país en el que los cristianos han sufrido persecución religiosa en diversas ocasiones durante siglos, lo que moldeó y formó a una gente valiente, dispuesta a luchar y morir por su fe. Ya en el siglo XVII se tiene constancia de grupos de habitantes en las montañas del norte que se mantienen firmemente católicos. Estos son asistidos por los franciscanos, que se encargan de administrar los sacramentos, catequizar a los niños y organizar las comunidades. En el siglo XVIII acuden en ayuda de los franciscanos misioneros jesuitas. A partir de entonces, a pesar de que el porcentaje de católicos es minoritario, se crean escuelas, orfanatos, hospitales y revistas católicas. Con el fin de participar en la vida pública, jesuitas y franciscanos principalmente se dedican a guiar a sus fieles, desde la apreciación de la cultura y la tradición albanesa. No es de extrañar pues el sentimiento patriótico de los católicos albaneses, patente en las últimas palabras de los numerosos mártires que hubo durante el régimen comunista.
Cuando Enver Hoxha, líder comunista, alcanza el poder, ataca ferozmente a la Iglesia católica por lo que representaba para la identidad nacional y por su actividad social. A través de los únicos medios de comunicación permitidos por el régimen lanza una campaña contra el clero y los religiosos. En 1945 prohíbe escuelas y movimientos católicos y expulsa al nuncio y a los misioneros extranjeros. Además, intenta crear una iglesia nacional, independiente de Roma, aunque el proyecto no siguió adelante pues ni uno solo de los obispos aceptó tal propuesta. En una reunión en Moscú, Stalin dio este consejo a Enver Hoxha: “No debe llevar la lucha contra el clero, que hace actividades de espionaje y subversión, al plano religioso, sino siempre al plano político”. Consejo que siguió al pie de la letra ya que justificó la persecución religiosa como defensa de la influencia extranjera de la Iglesia Católica.
Los fieles albaneses, a pesar de la persecución sufrida y de no tener sacerdotes que les administraran los sacramentos, siguieron reuniéndose todos los domingos en las iglesias para rezar el rosario hasta que, en 1967, Enver Hoxha ordena a los Jóvenes Guardias Rojos luchar “contra las supersticiones religiosas” y atacar todos los lugares de culto: 327 iglesias, capillas y conventos, fueron transformados en almacenes, centros deportivos, casas de cultura o simplemente fueron destruidos. En 1975 se prohíben los nombres de pila religiosos y en la nueva constitución el Estado se declara ateo, se prohíbe cualquier organización religiosa o antisocialista y se precisa que la producción, distribución o posesión de literatura religiosa es susceptible en casos extremos de pena de muerte, aunque se aplicó de modo habitual la pena de más de diez años de prisión si la infracción era considerada seria, y de 3 a 10 años si era leve.
A pesar de que todas estas prohibiciones tenían como objetivo la exterminación de toda religiosidad, fueron muchos los fieles que se mantuvieron firmes en la fe, vivida en familia en la clandestinidad.
En 1980 San Juan Pablo II decía: “En las presentes circunstancias, no puedo dejar de mirar más allá del mar, hacia la heroica Iglesia de Albania, no lejos de aquí, a la que atormenta una ruda e incesante persecución y a la que enriquece el testimonio de sus mártires: obispos, sacerdotes, religiosos y simples fieles”.
El 5 de noviembre de 2016 fueron beatificados 38 mártires albaneses del comunismo. Todos ellos son un impresionante testimonio de la tremenda persecución que se sufrió en Albania. Destaca entre ellos el joven seminarista Mark Çuni. Proveniente de una familia de campesinos, entra en el seminario pontificio dirigido por los jesuitas. Ahí destaca por ser estudioso y por escribir varios poemas y una obra de teatro. Cuando en marzo de 1945 dos sacerdotes son martirizados, varios jóvenes, entre los que se encuentra él, tienen el valor de ir a recoger sus cuerpos torturados para poder enterrarlos. Son varios los seminaristas que vienen de las montañas y comparten un sólido sentido del honor y para quienes la defensa de la Iglesia y de la patria son inseparables. Consternados por las primeras medidas de persecución contra la Iglesia, con Mark Çuni como cabeza de la operación, deciden distribuir unos folletos en los que figura un poema humorístico burlándose del jefe del partido comunista. En ellos se irán denunciando los abusos del régimen en nombre de una organización autodenominada Unión Albanesa. Pero los jóvenes son traicionados y la policía comunista albanesa, la Sigurimi, descubre a los autores, que son detenidos el siete de diciembre junto con 38 personas, acusadas de formar la Unión Albanesa y un partido demócrata cristiano. Mark Çuni es torturado para que acepte el comunismo, pero lo único que consiguen es que grite: “Viva Cristo Rey”. El joven seminarista se desvanece por los golpes recibidos. Dos meses más tarde es condenado a muerte junto con otro seminarista y tres laicos. El resto, tras semanas de torturas para conseguir confesiones, son mandados a campos de concentración de los que no volvieron ninguno. Las últimas palabras de Mark Çuni fueron: “Perdono a todos los que me han juzgado, condenado y a los que van a ejecutarme. Decid a mi madre que debe pagar los 15 napoleones de oro a Ludovil Rasha. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Albania!”.
La Sigurimi detuvo también a los padres Daniel Dajani y Giovanni Fausti, responsables del seminario del colegio de los jesuitas, acusados de ser instigadores de las acciones de los jóvenes. El padre Dajani sufrió torturas atroces antes de que lo condenaran a muerte. Un alumno del colegio no pudo reconocer al sacerdote cuando, estando en unas condiciones pésimas, rehusó una naranja cuando se la ofrecieron para que se la comiera el joven. Este chico declaró al respecto: “Solo poco después me enteré quién era aquel hombre que había sufrido torturas tan inhumanas, conservando valerosamente su dignidad, sin abandonarse ni tener el espíritu quebrado: era el padre Dajani, mi antiguo profesor, el mártir, al que no había podido siquiera reconocer, de tal modo le habían torturado”.
Estos son algunos de los testimonios de los numerosos mártires de Albania que sostuvieron la fe de los fieles durante tantos años de persecución. Fue en 1990 cuando el padre Simón Jubani, tras estar 26 años en campos de trabajos forzosos, celebró misa en el cementerio de Shköder ante 5.000 fieles mientras la milicia del régimen se retiraba sin disparar. Al domingo siguiente se reúnen cerca de 50.000. Se iniciaba así la recuperación del culto tras la persecución religiosa.
Por último, señalar que Albania es también la tierra de Santa Teresa de Calcuta. Cuando la santa fue autorizada a regresar a su tierra natal, su madre y hermana ya habían fallecido. En su visita al cementerio de Tirana, además de rezar ante las tumbas de ambas, llevó unas flores a la tumba de Enver Hoxha. Éste fue el gesto de todo un pueblo que, sostenido en la Cruz de Cristo y en la sangre de sus mártires, perdonaba a sus perseguidores.
Le invitamos a leer la revista Cristiandad, y así estar informado de la realidad que vivimos a la luz de la fe y adquirir una formación religiosa sólida.