Es una de las novelas católicas del momento. Su traductor, Mario Crespo, nos explica de qué va y porqué vale la pena leerla:
“Cuentan que un tipo tan habituado al derramamiento de sangre ajena como Fidel Castro pasó una noche entera en vela, aterrado, con el Drácula de Stoker. Se lo había prestado la noche antes Gabriel García Márquez después de que el dictador se quejara de que nunca tenía tiempo para leer. A la mañana siguiente, Castro se presentó en el desayuno con los ojos hinchados, bramando contra el “maldito libro” que no le había dejado pegar ojo. Como él, millones de personas de muchas generaciones han sentido escalofríos al pasar las páginas de Stoker, o de otras muchas producciones, literarias o cinematográficas, que giran alrededor de uno de los grandes arquetipos de todos los tiempos: el vampiro.
Pese a que las novelas vampíricas abundan en las estanterías, nadie podrá decir que Un hábito sangriento, la última apuesta editorial de Bibliotheca Homo Legens, sea poco arriesgada. Una novela de terror sobre un dominico cazador de vampiros, salpicada de reflexiones teológicas, no parece el material más convencional en los grandes sellos editoriales. Muy lejos de la saga crepúsculo, los no muertos de Eleanor Bourg Nicholson nos aterran porque nos hablan de nuestros miedos más profundos, que no han cambiado tanto desde el final de la época victoriana, el tiempo en el que transcurre la historia.
Cuando la versión original fue publicada hace un par de años en una editorial californiana, pronto despertó el interés de numerosos intelectuales. Joseph Pearce, influyente escritor y biógrafo británico, la definió como “una mezcla entre Drácula y El exorcista, escrita con el talento literario de la primera y la sensibilidad católica de la segunda». Karen Ullo, por su parte, alabó la “profunda investigación y magistral dominio de la escritura” de la autora. El dominico Thomas Joseph White, O.P., la calificó de “magnífico ejemplo de literatura católica”, mientras que el también sacerdote Dwight Longenecker destacó que “en ningún momento subraya ni predica”.
Tiemblen después de haber reído
La novela es una mezcla extrañamente armónica entre humor y terror. La trama mantiene la intriga y está trufada de escenas gore, pero también de chistes más bien candorosos. Una especie de “tiemble después de haber reído”, al estilo de La Codorniz. Bourg Nicholson parece empeñada en demostrar que la literatura católica, la de verdad, no tiene por qué ser aburrida ni dulzona. Desde un género muy diferente, tiene algo en común con Natalia Sanmartín Fenollera: ambas han sabido insuflar en su obra ideas poderosas, pero sin caer en la propaganda y sin renunciar a entretener.
A ello contribuyen, sobre todo, unos personajes bien trazados y una atmósfera londinense hecha de bruma, parques, mansiones y bibliotecas de madera oscura. El mejor personaje, claro, es el padre Thomas Edmund Gilroy, O. P., un dominico socarrón al que no le tiembla el pulso para enfrentarse a los no muertos. El narrador, el joven John Kemp, escéptico, sarcástico y algo torpe, cae bien y sabe llevar el peso de la historia. El villano es complejo y atractivo, como debe ser. Hay también un personaje femenino rico y complejo, Esther Raveland, y una historia de amor que nunca cae en la cursilería: hay demasiada sangre para eso.
Pero debajo de la entretenida trama hay toda una mina de ideas profundas. La autora reflexiona sobre el mal en general, y sobre la tradición vampírica en particular, oponiendo ambas a la teología católica más sólida. El ritual vampírico es mostrado como un reflejo siniestro de la eucaristía, y el no muerto es especialmente aterrador porque, respetando la noción del libre albedrío, seduce a sus adeptos con su doctrina en lugar de limitarse a convertirlos con un mordisco. Bourg Nicholson se atreve incluso a mostrar la relación del vampiro con la masonería y el espiritismo, ambas muy en boga en la Inglaterra de principios del XX… y, con ciertas mutaciones, en nuestro tiempo.
Sangre, incienso y teología tomista
La autora no disimula su aprecio por el Drácula de Stoker, novela sobre la que ha escrito varios estudios eruditos y cuyas citas encabezan cada capítulo. El autor irlandés hace incluso un cameo en la historia. Sin embargo, Un hábito sangriento se atreve también a discrepar en ciertos aspectos de su distinguida predecesora, casi siempre por boca del padre Gilroy. El dominico se enfrenta a los malos con unas armas algo diferentes de las del doctor Van Helsing: mucho incienso, agua bendita y buena teología tomista. Por eso este libro puede ser disfrutado tanto por los fans de Drácula como por los que todavía no se han acercado al castillo del conde. (Aunque, sin duda, deberían hacerlo pronto).
Por si fuera poco, el libro está muy bien escrito, con un estilo ligero pero sugerente que imita al de un diario victoriano, y sirve incluso como una guía de viajes por Londres. Se disfruta como narrativa de la buena, no empalaga y deja al lector más sabio, más pensativo y con un poco de miedo, sobre todo si se atreve a leerla a solas, una noche con poca luz y en una casa vieja.
Es posible que algunos lectores sientan dudas antes de hincarle el diente (perdón por el chiste malo) a una novela de vampiros, que quizás consideren una frivolidad o un divertimento pueril. Pero deberían darle una oportunidad, aunque solo sea porque este es justo el libro de vampiros que le habría encantado a Chesterton. Y es que, como bien sabe el padre Gilroy, la pelea contra los no muertos no es más que una escaramuza de la guerra eterna entre la Mujer y la Serpiente. Y toda la buena literatura, en el fondo, trata sobre eso.