El Imperio del Bien, del fallecido Philippe Muray, es una de las obras más influyentes en los ambientes intelectuales franceses. Editado en nuestro país por Nuevo Inicio, con motivo de su reedición en Francia, Éric Zemmour glosa la importancia de esta obra escribiendo en Le Figaro estas reflexiones acerca de la actualidad de la obra de Muray:
“Se ha convertido en una leyenda. En un mito. En una referencia suprema. Compartimos sus acertadas palabras como guiños cómplices, códigos de reconocimiento y connivencia. Es de estos autores que a Fabrice Luchini le gusta declamar en un teatro y también la figura tutelar de una “reacosfera” que los progresistas no se atreven a atacar. Demasiado divertido, demasiado feroz, demasiado lúcido, Philippe Muray es intocable.
Desde su muerte en 2006, ha adquirido el estatus de profeta de nuestro mundo hiperindividualista que ahoga en la fiesta (homo festivus) su vacío espiritual. Por eso, cuando uno tiene la oportunidad de releer al maestro, de deleitarse con sus hallazgos, nos apresuramos a ver si su reputación como Casandra no se habrá desvanecido con el tiempo. Él mismo había ejercido este deber de inventario en 1998, siete años después de la publicación de su famoso Imperio del Bien, con un prefacio a la altura de su reputación: “Desde el Imperio del Bien, el bien ha empeorado. El bien, en 1991, estaba en pañales, pero este pequeño Nerón de la dictadura del altruismo ya prometía”. […]
Veinte años después, ¿dónde estamos? Muray es, a su vez, tanto anticuado como insuperable. Homo festivus ya no es el dueño del mundo. Se defiende, cada vez peor, contra el regreso de lo trágico. Sus ositos de peluche y sus velas palidecen después de los ataques mortales de los yihadistas. El internacionalismo democrático y derechodelhomista del “fin de la historia” (el libro de Fukuyama es contemporáneo con el de Muray, y ambos surgen naturalmente después de la caída del Muro de Berlín y el colapso del comunismo) retrocede en todas partes frente a la realpolitik de los líderes nacionalistas que surgen en las viejas naciones (y también en los viejos imperios), que aspiran a resucitar: el ruso Putin, el turco Erdogan, el chino Xi Jinping o el indio Modi. Los pueblos occidentales se rebelan contra sus élites que habían programado su dulce eutanasia: es el populismo, ese grito de personas que no quieren morir, lo que socava los cimientos del Imperio del bien en el mismo corazón del Imperio: Trump, el Brexit, sin olvidar Hungría, Polonia, Italia…
Pero es en este momento en que la historia parece hacerle obsoleto cuando Muray nos es más útil. Ante la adversidad, el “pequeño Nerón de la dictadura del altruismo” ha vuelto a crecer. El tirano se ha quitado por completo su ropa festiva de luz. Ahora muestra toda su medida tiránica, incluso totalitaria, que Muray había anunciado, esa “envidia criminal” que había detectado: leyes liberticidas que sofocan las palabras rebeldes bajo el pretexto de luchar contra las “fake news”, juicios contra todos los disidentes encerrados en la “jaula fóbica”, según su genial fórmula, sin mencionar el uso masivo de los medios de “bombardeo de saturación” para dar a luz al nuevo mundo. Leamos: “El consenso es solo otro nombre para la servidumbre (…) Lo interesante es que el linchamiento ahora toma máscaras progresistas. El linchamiento acompaña al consenso como la sombra acompaña al hombre”.
El Imperio del Bien se impone con el corazón por bandera. Pero ya no esconde su gran porra para reprimir a todos los que se atreven a no someterse. En la época de Muray, la ilusión consensual todavía estaba viva. Ese tiempo se acabó. Aquí también, Muray nos lo había anunciado: “¿Escribir un panfleto se ha convertido en un género imposible? ¿Y si fuera exactamente al revés? ¿Y si fuera que todo gran libro, de ahora en adelante, cada narración de costumbres bien escrita, cada novela un poco enérgica, tenga que volverse cada vez más, incluso sin desearlo, en el panfleto más vehemente? (…) Porque el futuro de esta sociedad es no poder engendrar nada más que opositores o mudos“.
“Que cada cual elija su bando, opositor o mudo”.